Capítulo 34.

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No veo a Elías hasta el desayuno del día siguiente, dada la temprana hora que es apenas hay gente, solo un par de empleados de cocina, él y yo. Aun así me siento en una de las mesas yo sola y espero a que terminen, creo que Elías también porque se acerca una vez que ambos se han ido juntos hacia su puesto de trabajo.

— Siento lo de anoche — Dice, sentándose a mi lado — No quería faltar pero necesitaba aclarar de una vez el otro tema. — Sus ojos verdes me miran de forma intensa, como si incluso me atravesaran.

— No pasa nada — Sacudo la cabeza — ¿Pudiste solucionarlo? — Pregunto con cautela.

— Más o menos — Curva los labios hacia arriba, mirando para la puerta por si alguien viene, y sí, es Lola con su marido quien entra por la puerta, así que Elías se levanta — Te veo en el ensayo — Alza ahora la voz, supongo que para que ellos lo oigan.

— Está bien — Yo también hago como si nada y sigo desayunando, él acompaña a la dueña del orfanato junto a su marido en la mesa de al lado.

¿Más o menos? ¿Qué demonios significa solucionar algo más o menos? No es ni un sí ni un no. Bebo un trago de leche pensativa, me quedo empanada en el paisaje de la ventana mientras intento que se me ocurra alguna idea de lo que significa lo que Elías acaba de decir.

— Buenos días, señorita Julieta — Con una cálida sonrisa, es ahora Lola la que me acompaña en la mesa — Es muy pronto para que estés levantada, deberías intentar descansar estas vacaciones.

— Ya he descansado, Lola — Le sonrío, en parte agradecida porque no tenga en cuenta mi escapada de hace dos noches — Había pensado en ensayar un rato antes de que los demás se levanten.

— Si sigues por ese camino, te veo ganando premios — Ríe por su ocurrencia — Sería todo un orgullo por nuestra parte haber visto crecer a toda una artista.

— Bueno... — Me muerdo el labio inferior avergonzada — Es pronto para decir algo como eso.

— No según dice Elías, ¿verdad? — Su mirada va hacia él, que alza ambas cejas algo cortado.

— Yo solo opino acerca de lo que he visto desde el primer día que llegué — Se encoge de hombros con gesto de inocencia.

— Recuerdo bien ese primer día — Lola parece soñar despierta con la mirada perdida — Te quedaste mirando a Julieta con la boca abierta... hasta creo que fue el punto definitivo para que aceptaras venir aquí.

Por mi parte pero sobre todo por ver a Elías tan incómodo y sin saber dónde meterse, decido disculparme e irme donde sea, pero no permanecer aquí ni un segundo más... a pesar, claro, de que me haya gustado lo que acabo de escuchar.

Es todo un elogio que Elías hiciera eso, yo también recuerdo el primer día que lo vi, de hecho, fue un día de septiembre que empezó el curso, el primero que yo pasaba en el orfanato.

Cuando cumplí los catorce años sabía que me trasladarían de orfanato, lo habían hecho con cada compañero con el que compartí hogar. Aun así, estaba nerviosa, nunca he sido de esas chicas que saben relacionarse con todo el mundo, si no de las que encuentran un amigo o dos fieles y comparten todo con ellos. Llevaba un par de meses sola en mi antiguo orfanato, pues a mi antigua compañera la habían trasladado ya y sabía que pronto me tocaría a mí.

Mi cumpleaños fue celebrado con una pequeña fiesta y un par de regalos de parte de algún profesor y profesora que me habían cogido cariño. Tras eso, me informaron que iban a empezar con todos los detalles para mi traslado, solo me quedaba esperar.

Parece que tenían todo pensado, porque en un abrir y cerrar de ojos la decisión estaba tomada y mi sitio asignado también. Me acompañaron al nuevo orfanato, donde me esperaba una mujer de mediana edad junto a un señor, cogidos de la mano.

— Esta es Julieta — Me presentó el hombre encargado de mí hasta ahora, con el que apenas había cruzado un par de palabras — Esta es Lola, la dueña de este orfanato, y Gustavo, su marido y supongo que ayudante, ¿no?

Los tres charlan mientras yo en un segundo me siento desubicada, no por el sitio, si no por la conversación, ellos parecen conocerse.

— ¿Les importa que visite el sitio? — Pregunto, interrumpiendo sin darme cuenta la conversación.

— Oh, claro cariño — La mujer llamada Lola me mira de forma tierna, me agrada enseguida — Iré en un minuto, espérame en la planta de abajo y te enseñaré todo lo demás.

Asiento, alejándome de ellos. Entro por la puerta principal y lo primero que encuentro son unas escaleras enormes, tan anchas que ocupan gran parte del recibidor, pero dado que tengo que quedarme en esta planta, observo la parte izquierda, donde una puerta de gran tamaño conduce a lo que parece un comedor, veo desde ahí todo repleto de mesas. Al lado contrario, otra puerta, aunque no veo el interior por lo que decido acercarme un poco.

Es una sala recreativa por lo que puedo comprobar a primera vista; televisión, sofá, algunos juegos desordenados sobre una mesa, una diana colgada de la pared... vaya, este sitio es muy distinto a mi aburrido último hogar, donde la máxima distracción era leer libros repetidos, nunca los cambiaban y acabé aprendiéndome cada párrafo de ellos.

— ¿Qué te parece todo esto, Julieta? — Lola llega a donde estoy, poniéndome una mano en el hombro — Espero que pronto sepas adaptarte, aquí hay chicos muy buenos y nosotros estaremos para todo lo que necesites.

— Gracias, Lola — Le digo algo cortada — Es mucho más de lo que esperaba.

— ¡Y esto no es todo! — Exclama contenta — Arriba está tu habitación, la biblioteca, lavandería... y bueno, supongo que ya habrás visto la sala de ensayo, está justo ahí — Señala una pequeña puerta que no había visto todavía, justo en el extremo.

— ¿Sala de ensayo? — Ahora sí que empieza a interesarme todo esto — ¿Y qué se supone que se ensaya?

— Acompáñame — Me indica con la cabeza, dirigiéndose a dicha puerta.

Y no sé si es exagerado por mi parte, pero al entrar ahí supe que este era mi sitio, mi nuevo hogar, ya lo sentía así sin haber pasado ni media hora aquí. La sala de ensayo era perfecta, tan solo tenía unas cuantas filas de asientos y un pequeño escenario, pero era todo lo que necesitaba. Me había pasado toda mi vida cantando en la ducha, o en voz baja cuando mi antigua compañera de habitación dormía y no quería molestarla en mitad de la noche, pero ahora podría hacerlo ahí.

Lola siguió enseñándome todo el orfanato, pasamos el día restante de sala en sala, me contó las pocas normas que tenían ahí acerca de ir a las habitaciones de los chicos o de los trabajadores y profesores, pero todo lo demás era mi nueva casa.

Cuando me mostró mi habitación, había una chica tumbada, leía una revista y me saludó tímida, aunque yo no hice mucho más que ella. Por la noche no podía dormir, estaba demasiado alterada por todo el cambio y no podía quitarme de la cabeza la sala de ensayo, así que bajé hasta ella a pesar de la hora que era. No era un sitio prohibido al fin y al cabo.

Recuerdo que pisaba la madera del escenario con cuidado, como si pudiera romperse una de las tablas, rocé cada instrumento con la yema de mis dedos y me senté en el centro, mirando hacia los asientos, para ver qué se sentía. La sensación todavía es indescriptible. Lola me pilló ahí, pero no dijo nada, solo me miró con una sonrisa de madre y me indicó que era tarde y que pronto me fuera a descansar.

Una semana después leí el anuncio de que buscaban gente para formar un coro, así que no tardé en apuntarme. En una de las primera clases, con todo el mundo ahí, me decidí a cantar por fin, nadie parecía estar prestándome atención, además, tenía los ojos cerrados para que nada pudiera distraerme, pero cuando por fin los abrí lo vi, junto a Lola estaba un hombre joven que no había visto hasta ahora que me observaba sin perderse detalle, que desde la puerta pudo trasmitirme algo que hasta ese momento no conocía. 

El sueño de Julieta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora