Capítulo 19.

376 47 17
                                    

Siempre he pensado que tener una amiga como Diana es el mejor regalo que puede hacerte el destino, pero después de lo de hoy solo puedo confirmarlo y, por supuesto, darle las gracias al destino o a lo que sea que haya hecho que coincidamos aquí durante tantos años.

Lo que pensé que sería un infierno de día por tener que ver constantemente a Elías con su novia, delante de nosotras y de la mano, se convirtió en una tarde bastante divertida. Mi amiga hizo de las suyas, intentando por todos los medios que no me fijara en él y así despejándome. Lo consiguió, hizo que riera a carcajadas. Mario y sus dos amigos terminaron viniéndose con nosotras de compras, o a tomar algún refresco. Al final, no fue tan duro como pensé en un primer momento.

El viaje de vuelta, pasadas las nueve de la noche, lo hacemos agotados. Diana ha congeniado bastante bien con uno de los amigos de Mario y la consigo convencer de que se siente junto a él, así que el asiento libre de mi lado lo ocupa mi nuevo amigo.

— Ha estado bastante bien el día, ¿no crees? — Me pregunta con su habitual sonrisa y haciendo que el hoyuelo de su barbilla se acentúe.

— Si, es cierto — Apoyo mi cabeza en el respaldo, pensando sin poder remediarlo en Elías. No viaja de vuelta con nosotros, se ha despedido antes de montar en el autocar y no volverá al orfanato hasta el lunes.

— Al principio me daba la impresión de que estabas algo... triste — Susurra, se nota que mide las palabras, giro la cabeza hacia la ventanilla como respuesta — Bueno, si puedo hacer algo para animarte, aquí me tienes.

— Estoy bien, pero muchas gracias — Sonrío tan convincente como soy capaz ahora mismo y a modo de agradecimiento, le doy un pequeño apretón en el brazo.

Es curioso lo que me sucede, o peor, lo que no me sucede. Lo de Elías no ha sido nada, absolutamente nada... y sin embargo, tengo la sensación de que ha dejado una huella en mí que no ha hecho nunca nadie antes.

Es fácil pensar que el siguiente paso es olvidar y ya está, pero, ¿cómo se supone que olvidas algo que no has vivido, que solo ha estado en tu imaginación? Algo que podría ser perfecto, ¿es posible olvidar la perfección, algo que te ha hecho feliz sin ni siquiera haber existido?

Hemos llegado de nuevo al orfanato, el viaje de vuelta se me ha hecho realmente corto. Sigo a Mario hacia fuera y una vez ahí nos dirigimos todos juntos al comedor, donde el resto de los alumnos que no se han venido se disponen a cenar. Acompañamos a Fabio que, como habitualmente, está solo. Cuando los cinco nos sentamos en la mesa con él, me fijo en que lo primero que hace es llevar los ojos a Diana y a su nuevo amigo. Ojalá esta sea la manera de que espabile y le diga una vez lo que siente, ambos son demasiado orgullosos... aunque no es un consejo que me aplique yo, creo que es bueno.

— Imagino que lo habéis pasado bien...— Fabio muestra una sonrisa que, conociéndolo, sé que es falsa.

— Deberías haber venido — Digo. Va a replicarme pero lo interrumpo — Sí, Fabio, sé que tenemos que estudiar, pero si nos pasamos nuestra adolescencia estudiando, ¿cuándo vamos a poder disfrutar? Estos son los mejores años de nuestra vida.

Todos los de la mesa se me quedan mirando y yo, avergonzada, bajo la cabeza. No sé en qué estoy pensando para hacer reflexiones tan profundas, no sé ni de dónde salen, pero me quedo callada y decido no hablar más. Seguimos cenando casi en silencio, salvo alguna broma que gasta algún amigo de Mario y alguna apuesta, como siempre. No sé qué manía tienen con las apuestas.

— Oye, Julieta...— Huyendo de las conversaciones sin sentido, Mario me susurra en el oído — Mañana es domingo, no tenemos que madrugar, ni tenemos clase... ¿te apetece dar una vuelta esta noche conmigo por las afueras del orfanato?

— ¿Una vuelta? — Pregunto confusa — Está bien pero... no creo que podamos ir muy lejos — Sonrío, bromeando.

— A veces no hace falta ir lejos, el sitio perfecto está donde menos lo esperes — Vaya, se ve que hoy es el día de las reflexiones profundas. Imagino que nos estamos haciendo mayores, maduramos, y sin esperarlo nos salen cosas así.

Accedo a ir donde sea que quiera llevarme Mario, además de porque me apetece, porque estoy segura de que es una manera de no pensar tanto en Elías y en lo que estará haciendo todo el fin de semana con su novia.

Si ha llegado el momento de olvidarme de mis sentimientos hacia él, estoy dispuesta a hacerlo por mucho que pueda costarme.

Una vez que hemos cenado, nos despedimos de los demás, que nos siguen con los ojos queriendo saber más, como dónde vamos y qué haremos, pero ni yo misma sé lo que pretende Mario. Solo que es un chico de mi edad agradable, amable y muy guapo, y que me gusta su compañía; eso es lo importante.

Salimos por la puerta principal del orfanato, el aire frío me golpea el rostro. Estamos en el mes de febrero así que las noches siguen siendo bastante frescas, hasta el mes de marzo no empieza el buen tiempo.

— ¿Me esperas aquí? — Pregunta Mario, dejándome en el umbral de la puerta — Solo tardaré un segundo.

Asiento viendo cómo se aleja, y es cierto, en menos de un minuto está de vuelta con una guitarra dentro de su funda, colgada en el hombro.

— Ya podemos irnos — Cuando caminamos uno al lado del otro, siento su mano coger la mía y decido no soltarla.

Nos adentramos en el pequeño bosque que rodea parte del internado, hasta llegar a un pequeño claro. Mario se sienta y hace que lo acompañe, apoya su espalda en el tronco de un grueso árbol.

— Supongo que estarás pensando que a qué viene todo esto — Dice mientras comienza a sacar la guitarra de su funda — Sé que solo nos conocemos bien de hace unas tres semanas hasta hoy, pero sin embargo siento que te conozco desde el primer día que pisé el orfanato con catorce años.

No sé qué demonios contestar, así que pienso que lo mejor es quedarme callada, y más cuando pone la guitarra sobre sus rodillas e improvisa unas cuantas notas.

— La verdad que nunca he tenido que hacer algo como esto, de hecho, no sé cómo va a salir, pero tú me has enseñado que la mejor forma de demostrar lo que uno siente es cantando... lo haces cada día cuando subes al escenario y nos dejas a todos boquiabiertos. — Ladea la cabeza y sonríe — Así que, esto es para ti, Julieta.

Ahora sí, toca las primeras notas de una canción que puedo reconocer, es pídeme. Cuando llega un momento como este y alguien quiere dedicarte una canción, pienso que lo mejor es escuchar.

Inspiro aire por la nariz cuando comienza, ¿desde cuándo siento que su voz sea tan perfecta? Ha mejorado muchísimo estas semanas.

Conocía esta canción, claro, pero nunca me había puesto a escuchar la letra hasta ahora que Mario la interpreta.

Pídeme, que tengo de oferta lo eterno, regalo millones de besos, y cuentos que tienen final. [...] Tengo vida, tengo aire, tengo fuerza, tengo risas para darte...

Un nudo se instala en mi garganta, es lo más cerca a la emoción que conozco. Si alguien hace esto por ti, es porque de verdad le importas, ¿no es así?

— Sea bueno o malo, agradecería mucho que dijeras algo — Cuando miro de nuevo Mario, siento que algo ha cambiado entre nosotros.

— Eso ha sido precioso, de verdad — Susurro.

Deja la guitarra a un lado y se incorpora, hasta quedarse a unos poquísimos milímetros de mi cara.

— Me alegra mucho que te haya gustado — Roza su nariz con la mía, poniendo a la vez una mano sobre mi mejilla. Me quedo petrificada, nunca he pasado por una de estas escenas de películas de amor y no sé cuál es el siguiente paso... aunque parece que Mario sí.

En segundos se inclina, hasta dejar sus labios sobre los míos. Es una sensación extraña a la vez que... ¿agradable? Es lo que parece, Mario no se separa de mí y no quiero que lo haga. 

____________

¡¡Hooola!!

Buueno, buueno... se complica la cosa, ¿no?

Aquí os dejo el capítulo de hoy, ¡espero que os guste!

¡¡Os leo!!

El sueño de Julieta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora