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Eran las 9:00 pm. Kaori y Adrián arropados bajo el techo de cemento de aquella imponente e ilustre academia de poder, paredes blancas hipócritas que escondían un rojo sangre por dentro, alumbrados por las vanas luces de sus decoradas bombillas cubiertas de una circunferencia de vidrio transparente, la zozobra asecharía si la luz de repente dejaría de alumbra. Todos se aferrarían a los católicos símbolos, otros a sus paganas creencias, o tal vez los demás solo se reirían y disfrutarían de la placentera oscuridad. Los ecos doloridos de una vida retratada en un aposento de infortuna, citando a las bestias que se alimentaron de corazones desgarrados, Kaori relataba aquellos negros días a su compañero Adrián. —A mi papa lo mataron, él andaba en caminos muy malos, por lo tanto mi mama y yo heredamos sus deudas —dijo ella, mientras que la luna que ella recordaba temblaba, mientras veía como se revolcaba en sus pequeñas y frágiles manos de porcelana. Ella continúo. —Huíamos, hasta que encontramos un lugar seguro, pero lo era para mí mama, no para mí —dijo Kaori, con un tono muy bajo, mientras recordaba como escapaba y saltaba en los charcos de la agonía. Ella tomo aire y prosiguió. —Mi mama me prostituía todos los días, yo era muy niña era muy indefensa, no sabía cómo escapar de sus manos —dijo, ella, mientras recordaba las incontables noches de dolor y aquellos rostros asquerosos que harían perder la fe en la humanidad y en el hombre.

Ella tomo fuerza de donde pudo y siguió narrando sus pesares. —Hasta que un día los asesinos de mi padre encontraron a mi madre y se la violaron tantas veces que ni ellos sabrían el número exacto, la hicieron sufrir tanto, que sentí un gran alivio —dijo ella, mientras recordaba aquellas escenas de justicias, en el porche de su casa vieja y descolorida, mientras sus sonrisas se dibujaban en la ciega luna. —Sabes a veces me da miedo de mi misma, porque una parte dentro de mí lo disfruto, disfrute como mataron a mi mama —dijo Kaori, mientras miraba con sus ojos delirantes a la mirada ausente de Adrián. Él perplejo, ante aquel frio de palabras. Él sintió tantas cosas, desconfianza e intranquilidad. Él pensó, «eres un demonio», tomo bastante aire y él forzándose a decir unas palabras que iba en contra de lo que él pensaba en realidad. —No eres alguien mala, solo eres una pequeña ángel que maltrataron y lastimaron —dijo Adrián, con un tono muy bajo, a partir de ese momento ya él no la miraría a ella de la misma forma tan inocente como siempre. Él se obligó a sonreír a la matizada mentira de arena.


Arte de rojo y negro: Asesino de los colores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora