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Zeo, ya instalado en su cuarto; nunca había creído que pudiera sentir, esos sentimientos enloquecidos, su estadía en la academia le estaba empezando afectar psicológicamente, sus manos por pequeños lapsos de tiempo tenían un pequeño tic nervioso. Los numerosos ataques de Silver, estaban empezando a tener efecto sobre su mente, sus manos jugaban desesperadamente con su cabellera negra.

Él sentado en su silla negra frente a su escritorio, con un sentimiento retorcido, alumbrado por la luz de su linterna, había decidido hacer la tarea de Erick Pride, pero a duras penas pudo completarla. A continuación, después que finalizó su actividad, se levantó en medio de su tortura, no había almorzado ni cenado; la noche estaba en su plena juventud, se dirigió con pasos leves al comedor, un recorrido silencioso y deshabitado.

A continuación, él había llegado al comedor, un silencio ensordecedor habitaba en aquellas paredes, su hambre desapareció por completo y decidió sólo tomar un jugo de coctel. Él apresurado, con mucha prisa, salió del comedor; al abrir la puerta de un halón, sin darse cuenta, sorpresivamente; él choco en toda la entrada, con aquella persona que no le dio tiempo de ver; después de un corto instante él se percató que era Alice Stone.

Zeo, se obligó a sonreír, y le preguntó.

—Hola, Alice. Lo siento. ¿Cómo estás?

—Bien, aquí tratando de cenar algo antes de dormir, ¿y tú? —preguntó ella.

—Sólo caminaba un rato. ¿Ya hiciste la tarea que solicitó, Erick Pride? —preguntó él.

En ese instante sin mediar respuesta alguna a la pregunta de Zeo, ella se arrojó a sus brazos, fuertemente con una angustia, con el corazón en la boca; su cabeza sobre su hombro, ella cerró sus ojos, sintió seguridad por un momento; ella con una voz quebrada.

—Esto es muy difícil, para mí.

Él respondió a su abrazo, ferozmente con necesidad, en ese instante sus pensamientos se calmaron con el calor del cuerpo de aquella mujer de figura divina, de a poco sus latidos empezaban a tocar fuertemente, la sostuvo con fuerza, como si se tratara de su esposa amada.

— ¡Tienes que ser fuerte! —dijo él.

— ¡Siempre trato de ser fuerte, pero esto de esperar a que alguien muera o a que te maten en cualquier momento es algo que está consumiéndome! —dijo Alice con apenas un hilo de voz

Mientras él, era transportado a otro mundo oliendo a flores proveniente de la sedosa cabellera que poseía su femenina; él se sentía libre, sus miedos por fin desaparecieron. El tiempo se detuvo. —Sé lo que sientes, por eso debemos estar unidos —dijo Zeo.

— ¡Debes de protegerme! —dijo Alice.

Aquellas palabras; él las recibió como un pan en la primera comunión, confirmando sus votos hacia ella. — ¡SI, YO TE PROTEGERÉ CON VIDA! —dijo Zeo, sintiendo un fuego en su interior. Él podría morir por ella y ser recibido con los brazos abiertos de dios o apuñalado por las garras del diablo, a él le importaba muy poco, sólo le importaba proteger aquella mujer que fue bendecida por una belleza astral.

Él sintiendo una gran duda que de pronto tocó en su corazón, recordando aquel día que todos se reunieron en el salón de estudio de la biblioteca, recordó la escena de Brooklyn cuando fue confrontando por Alice. — ¿Cómo supiste que Brooklyn, era un artista? —preguntó él, sintiendo una preocupación enorme.

Ella, recordando el primer día; en clase de psicológica criminal, ella a punto de salir de clases, en un instante cuando su mirada se concentró en el asiento de Brooklyn, vio claramente como él pintaba bocetos en blanco y negro. —Lo vi una vez en clases, haciendo unos dibujos, deduje rápidamente que era un artista cuando él era un niño, y se frustró ya que no ejerció su pasión —confesó Alice, con un tono bajo, mientras seguía aferrada al cuerpo de Zeo.

Zeo, impresionado por lo audaz que era Alice, para reconocer y estudiar su territorio. —Eres increíble —dijo él con gran admiración, mientras ella, se sonrojó un poco al escucharlo.

Ella sintió un susto dentro de su pecho. —Gracias sólo fue suerte —dijo ella.

Mientras abandonaba los brazos de aquel hombre, que le daba paz en el profético momento. Ellos se retiraron de aquel lugar de a poco, desapareciéndose del pasillo, mientras que a lo lejos; April Smith, los observó silenciosamente, siendo testigo del abrazo prolongado que se dieron, dentro de su pecho nació un sentimiento inefable, un fuego azul ardía entre sus ojos, escondida en la oscuridad, cerca de una esquina diagonal; ella cerró sus parpados, dándole un descanso a esos ojos que deseaban ser ciegos, dio una vuelta y se apartó de aquel lugar.

Zeo, acompañó a Alice hasta la puerta de su cuarto, se despidieron con un adiós seco, pero con una mirada mutua que decía. «Gracias, por todo», él la abandona; con gran dolor, pero fue fuerte y se dirigió a su cuarto, introdujo su pequeña llave de bronce, abrió la puerta, al cerrar, le colocó seguro, prendió las luces, iluminando su recinto, percatándose rápidamente de un objeto invasor en su cama, en ella yacía un sobre negro, al darse cuenta, lo tomó; con una gran ansiedad, lo abrió rápidamente, rompiendo sus esquinas. El sobre contenía una hoja roja, escritas con letras negras; Zeo con una gran intriga cuidadosamente miro.

MI QUERIDO COMPAÑERO ZEO

Eres antinatural, eres un inhumano sosteniendo las estrellas del cielo, jugando a un juego enfermo de mostrarle al mundo un rostro que no te pertenece, pero más tarde que temprano la plaga de tus ojos te traicionaran. Falta poco para que todos tus años pronto se reúnan para llorar, puedo escuchar los gritos de tu mente, siempre los acompaño con las voces que cada una de mis victimas hacen en su último respiro; ese ruido exquisito que se vuelve inspirador y nunca se olvida. Las noches que nos contemplan siguen siendo diferentes, las mías son muy oscuras; cada vez son más oscuras no sabría que decirte sobre cuál es más oscura y de que colores han sido, si negras o rojas.

Un par de días, un par de lunas, o tal vez sea mañana.

¿Crees que la muerte debería de tocar la puerta?

¿O, debería ser sorpresa?

Tu compañero, el asesino de los colores.

Al terminar de leer aquella carta, la alegría invadió su corazón, oliendo sutilmente el rastro del perfume dulce dejado en el papel, lo dobló escondiéndolo dentro del sobre; lo oculto debajo de su almohada, aquella mirada tenebrosa posaba, con la curvatura de la sonrisa macabra, con un rostro que adoptó entusiasmado. —Como tú quieras —dijo Zeo.

Arte de rojo y negro: Asesino de los colores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora