50: La muerte. (VI).

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22 de septiembre del 2020. La luz tenue, predicaba los tonos rosados en los cielos, el llamado del sol, auroras magistrales, hermana mañana, iluminada por el ardiente sol. El salón desconsolado número 3; ubicado en los escondites de la planta baja, apartados de los recintos mágicos de oratoria pertenecientes a Erick Pride, no era un salón de magia como la mano de arte, ni el templo filosófico, ni mucho menos el palacio de piedra; era un salón tradicionalista, cuatro paredes pintadas del mismo color blanco, sin vida, sin luz, sin gracia, acompañado del techo vacío amarillo tranquilidad, y con un arma de la podredumbre e inservible pedagogía educacional que inculca los saberes, el clásico pizarrón verde con marcos de madera desgastados y viejos, con un escritorio de acero oxidado; y los angostos e incomodos pupitres de madera rayada, marcadas con tinta y desgraciadas con rayones de gustos y colores.

Era un lugar triste sin nombre, sin identidad, solo bautizado vanamente como el 3. ¿Hasta cuándo el mundo nos educara de la misma forma que hace 200 años atrás?

13 eran los estudiantes sentados que habían llegado hasta el momento, solo faltaba aquel noble chico de la paz. Todos ansiosos, esperando la llegada de su nueva profesora en la catedra de psicología criminal. A continuación, un sonido alarmante se produjo en ese instante; se abrieron las puertas, todos visualizaron con curiosidad, pero al reconocer al personaje, sus interesadas miradas cesaron, era Zeo.

A continuación, Zeo sentía una gran incomodidad por llegar tarde, él cabizbajo, sus ojos medio cerrados aun pactando con el sueño, se dirigió sigilosamente a su puesto, con intenciones de ser desapercibido por todos sus compañeros, él acelerando su paso para no ser detectado, hasta que ubica su puesto. Kaori y Alice, se ubicaban en el último puesto, Kaori delante del puesto de Zeo y Alice al lado de él; a continuación Zeo, cordialmente saluda.

— ¡Buenos días chicas! ¿Cómo están? —saludó Zeo, con un tono despacio y bajo.

—Bien, ¿y tú? —contestó Kaori, con un tono preocupante, al observar el cansancio y lo demacrado del rostro de Zeo.

—Bien —contestó Zeo, con una voz agotadora.

Alice, se dio cuenta del estado de él, se veía cansado y agotado; no era común verlo en esas condiciones, y sintiendo una gran curiosidad, tratando de averiguar qué era lo que a él le sucedía. —Te ves fatal Zeo. ¿Estás bien? —preguntó Alice, con una cara que expresaba inquietud.

Zeo, no quería preocupar a nadie. Él sintió que si les contaba a ellas, sobre sus pesadillas lo llamarían loco, así que él decidió resguardarlo como un secreto. —Sí, solo no he dormido bien anoche —contestó Zeo, con un tono bajo, tratando de olvidar aquellas religiosas pesadillas, o futuras advertencias.

Kaori, con una gran preocupación, sintiendo lo que tenía que hacer desde lo más profundo de su ser, dio una media vuelta en su puesto apuntando con su índice hacia la raqueta del pupitre de Zeo. A continuación, ella se encorvo un poco. —Mira lo que te escribieron —dijo ella, con una cara que mostraba una señal de temor.

Zeo, sin darse cuenta aun; de aquella marca de locura. Él dirigió su mirada al frente de su pupitre y miró las siguientes dos frases:

«Yo Zeo Castellar soy el asesino de los colores»

«Yo los mataré a todos»

Las dos frases marcadas, con tinta roja, con un trazo desequilibrado, poseía una línea sin pulcritud de equilibrio, se observaba en su tipografía; el desorden emocional y mental de la persona que empuño esa arma de arte e incrimino a aquel chico, que se encontraba perturbado, fatigado mentalmente. Él cerró los ojos, tomando fuerza de la nada, se mantuvo cuerdo, sin mostrar lo desestabilizado que se encontraba ese día, él adopto una mirada sosiega, una tranquilidad interrumpible, con una eterna serenidad. —Esto fue obra de Silver Jones —afirmó Zeo, con un tono bajo.

Arte de rojo y negro: Asesino de los colores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora