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Eran las 7:00 pm. El sol se escondió, la luna se asomó de a poco, para conocer la triste y melancólica noche de recuerdos y vivencia. Charlotte Miller y Myles Fotsis se encontraban en el balcón de afuera, sometidos por el aire fresco, mezclado por la deliciosa fragancia del perfume de aquella princesa. Acompañados con las incontables estrellas que nacen de aquel fúnebre cielo, cada uno sostenía una taza de café, era negro, amargo el de él, y dulce, claro el de ella, dos gustos diferentes, dos maneras de ver el mundo diferente. Ellos estaban sentados en una silla de madera pulida, separados por aquella mesa redonda y pequeña de acero limpio. Desde afuera se podía escuchar los sonidos de la naturaleza alimentándose y reprimiéndose, Myles se sintió un poco nervioso, armándose de valor, tragándose cualquier miedo innecesario. — ¿Te gusta el café de la academia Spade? —pregunto él, mirando de frente a Charlotte.

Con una fina, refinada y alta clase Charlotte, como siempre se hacía notar como una princesa de un teatro sin audiencia. —No está mal, pero podría ser mejor —dijo Charlotte, mirando de reojo la tacita, tocándola de a poco, como si la estuviera a punto de soltar.

Él tomo bastante aire, y controló sus nervios. Myles se atrevió a preguntar — ¿Cómo alguien tan refinada como usted, quiere ser un guardia real? —pregunto él, con una cara que mostraba un poco de pánico.

La joven doncella de los ficticios castillos, no se ofendió ante la pregunta. Ella decidió responder de la forma más franca posible. —Buena pregunta, fue más por rebeldía que por vocación propia —dijo ella, con un gran tono alto, medio cerrando los ojos, mientras dejaba la tacita vacía en la mesa. Ella se dio cuenta que Myles no entendía lo que quiso dar a entender, entonces ella continuo.

—Te explico, Baby —dijo ella, con grandes aires de ego, mientras que él, estaba atento a todas las palabras de su interlocutora.

—Mi familia, es muy adinerada, su prestigio siempre ha impedido que yo pueda realizar todas las cosas de mi agrado, estoy aquí solo para llevarles la contraria a ellos —confesó Charlotte con una gran arrogancia.

Myles, por fin pacto con el desorden dentro de su mente, algo que le causaba impacto, pensar como alguien tan fina como ella estaba en un lugar como Spade —Entiendo —dijo él, con un tono muy bajo y despacio. Él sintió una especie de entendimiento con Charlotte. Ella que había dado el primer paso de muchos que seguirían en aquella velada moribunda, del cielo mísero en su escarchada estrella fugaz de silencios humildes y carcajadas arrogantes. La prismática naturaleza sorda y las santas leyes del halago fortuito.


Arte de rojo y negro: Asesino de los colores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora