22. JUNTOS EN CANADÁ

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Carolina caminó con dificultad. Llevaba el ceño fruncido. Jamás debió hacerle caso a Ian, ahora se sentía peor e incluso le dolía la cabeza.

Su ánimo no mejoró al ver a Magui ir hacia ella. Lucía dichosa y radiante. Siempre bella y bien vestida. Ella ni siquiera se peinó esa mañana, no después de la espantosa noche que tuvo.

—Cabrón, hijo de su pinche pinche...

—¡Carolina! —exclamó la contadora con voz chillona. Síntoma de que estaba extremadamente feliz.

Carolina se tensó. Si supiera que había llamado a su novio y que sostuvo una llamada erótica con la que terminó muy mal, tan mal que aún padecía las consecuencias.

—Magui...

La mujer se lanzó en sus brazos haciéndola tambalearse. Quejarse con dolor y apartarse rápidamente.

—¡Ay Carolina estoy tan feliz!

La chica se dobló y puso sus manos en las rodillas. Luego empezó a masajearse el muslo y más abajo. Recordó las palabras de Ian y lo que hizo hasta que...

Magui la tomó de los hombros, obligándola a enderezarse y con una sonrisa que no le cabía en la cara siguió hablando.

Carolina resopló con las mejillas acaloradas por el recuerdo. Con un dolor renovado.

—¿Qué pasó Magui? Andas como loca.

La contadora gimió contenida y Carolina se encogió de hombros. Sus chillidos podían ser irritantes. Tenía mucho tiempo sin verla tan contenta. La última vez fué cuando le dió la noticia de que iba a casarse con el veterinario.

—¡Estoy tan contenta!

Carolina empezó a caminar con problemas.

—¿Te ganaste la lotería?

—Algo así —respondió y la alcanzó. Puso un brazo alrededor de sus hombros, volviendo su malestar aún más incómodo—. ¿Qué crees?

Magui se le quedó viendo, esperaba su pregunta.

—¿Qué?

La soltó y la tomó de los hombros. Carolina apoyó el cuerpo sobre la pierna buena.

—¡Ęsta mañana me llamó Ian! —respondió casi en secreto.

Carolina se puso rígida al saberlo.

—¿Y cómo para qué...?

—¡Quiere que vayamos a Canadá!

Carolina quedó aún más petrificada.

—¿Qué...?

—Si, ésta mañana me llamó para invitarme.

La joven capataz hizo una mueca.

—Pues suerte en tu viaje —replicó y continuó caminando.

—¡Vamos a ir a Canadá!

Carolina maldijo entredientes, para sí misma. Maldito infiel, desgraciado, hijo de... Bueno, no, su mamá no tiene la culpa de haber tenido un hijo tan miserable y perro como ése.

—¡Tu vendrás conmigo! —agregó Magui deteniéndola.

Para entonces​, Carolina ya no pudo más.

—¿¡Y para qué carajos quiero ver a ese pendejo!?

Había tanto enojo en sus palabras que Magui se quedó perpleja.

—¡Carolina!

La chica iba a seguir replicando cuando vió detrás de la contadora a Miguel Sosa.

—Vaya, al parecer a Carolina tampoco le gusta la idea de que te vayas a ver a ese señor.

¿QUÉ HARÍAS POR AMOR?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora