17. MI CAMISA

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Ian sonreía al imaginarla metida en su camisa. Seguramente le quedaba inmensa y parecía un pequeño duende.

Se tocó los brazos desnudos. Usaba una camiseta blanca sin mangas y estaba recargado en el lavabo de la cocina.

Carolina salió y se miraron. El silencio apareció, el tiempo se detuvo. Ella miró sus enormes brazos musculosos.

Definitivamente, no había visto a nadie así en el pueblo.
Presionó los labios cuando sus ojos se deslizaron curiosos hasta su abdomen plano y un poco más abajo.

Ian miró la hermosa cara lavada de la joven. Le encantaba su rostro felino. Aunque en ése momento se veía relajada y muy interesada en sus atributos. Contuvo una sonrisa al saber que le resultaba atractivo. Lo sabía por la manera en que contenía el aliento, por la respiración lenta, porque sus hermosos ojos iban por su cuerpo lentamente.

Carolina Vargas era una belleza muy peculiar. Su largo cabello castaño, estaba echado hacia un lado, aún húmedo y despeinado.
La acarició con la mirada. Su camisa se le veía tan bien y el hecho de imaginarla desnuda, le empezó a causar estragos.

Tenía unas bonitas piernas. Perfectas para enredarse en su cintura. Se aclaró la garganta y se movió de lugar.

—Al parecer ya somos buenos amigos, fierecita —fingió sonreír mientras luchaba para no acercarsele y cometer una estupidez.

Carolina dejó atrás el baño y se apartó el cabello del rostro colocando un mechón detrás de la oreja.

Traer su ropa puesta, rozándola tan íntimamente era lo más perturbador que le había pasado en la vida. ¿Cómo podía una simple prenda ponerla en celo?

—No somos nada, no se emocione.

Caminó hacia la escalera y pasó a su lado, rozándolo.

—Carolina... —le tomó un brazo con delicadeza.

Tocarla fué una pésima idea, se dijo Ian. Carolina era una afrodisíaca criatura que desde el primer momento lo perturbó de una manera jamás vivida.

—Venga, lo llevaré a su cuarto —se soltó sin ganas—. No quiero que me acuse de mala gente con Magui.

—¿Acusarte yo? Jamás...

Carolina hizo una mueca nuevamente. No debía parecerle gracioso nada de lo que hiciera o dijera.

—Agarre sus tiliches y sigame.

—Si necesitas más ropa —señaló siguiéndola hasta el pie de la escalera— en mi maleta tengo muchas cosas que podrían quedarte —le dijo cuando ella puso un pie en el segundo escalón.

Carolina lo miró enfadada. Apretó la mano en el barandal.

—¿De veras se está exponiendo a que lo eche?

Ian abrió la boca y meneó la cabeza fingiendo miedo.

—No, por favor —suplicó con una pésima actuación.

Carolina entrecerró la mirada.

Estúpido, aún así me gustas, idiota. Pinche suerte la mía.
Pensó Carolina dejando de mirarlo.

—Entonces, cierre el pico y sígame.

El hombre hizo un ademán de un cierre sobre los labios.
Caminó en su dirección, luego se detuvo pensativo.

—¿Entonces no somos amigos? —inquirió poco seguro. Seguía jugando con ella, debía ganársela.

Su insistencia la impacientó.

¿QUÉ HARÍAS POR AMOR?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora