26. NO ES PARA TI

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Saliendo del hospital fueron a comer a un buffet de carnes y con ello, Carolina recuperó la calma. No la molestaría preguntándole por qué lloraba. Aún no. Primero debía ganarse su confianza.

—No vayas a comer demasiada carne, prueba la barra de ensaladas, hay verduras deliciosas.

—¿Y yo pa' que quiero ensaladas? —lo interrumpió rápidamente—. ¡Ni que fuera conejo!

Ian se rió.

—Tu digestión te lo agradecerá —le dijo tocando su estómago un instante.

—Tengo una panza que trabaja perfectamente bien. Así que más vale que traiga bastante billete para lo que voy a tragar —le advirtió cruzándose de brazos.

—Exagerada —murmuró observando su gesto.

—Uy güero, le faltó vivir conmigo para verme...

—Corrección, sí eres un peligro para las especies. Ya me acordé.

—Y no ronco —agregó deshaciendo el nudo de sus brazos.

—No, ya sé que no, eres un tierno gatito ronrroneador.

—Éso mero —sonrió metiendo las manos en los bolsillos traseros de su pantalón.

Carolina empezaba a cohibirse por la manera en que la miraba. Con demasiado interés. Se aclaró la garganta y le dió la espalda cuando se acercaron al cajero a pagar.

Ian se le acercó por detrás y puso las manos en su cintura. Carolina quiso apartarse.

—Cálmese, no empiece... —replicó débilmente.

—Solo quiero palpar el antes y el después —la atrajo un poco contra su torso y acarició su estómago plano. Carolina lo empujó con el trasero y fué la peor decisión de su vida. El hombre estaba excitado, pudo sentir su erección y ahora ella estaba igual.

Sus pezones se pusieron duros y él lo notó por encima de su hombro.

—Carolina...  —murmuró en su oído.

—De veras tengo hambre —contestó haciendo el intento por apartarse. Ian la apretó más.

—Yo también... —musitó en su oído.

—Pórtese bien.

Ian sabía que moría de ganas como él, pero tenía razón.

Pagó las comidas de ambos y minutos después se sentaron uno frente al otro.

—Come despacio, no quiero tener que sacarte rodando de aquí.

—Lo intentaré, pero mis tripas gritan lo contrario.

Le encantó verla devorar un enorme filete con papas y una ensalada verde que había llevado para él.

Era un halago, verla tan desenvuelta en su compañía; saber que no se cohibía, como solían hacer la mayoría de las mujeres con las que había salido. Incluso usó las manos y fué algo sublime verla chuparse los dedos cada vez que tomaba un bocado de carne, cuyos cubiertos quedaron intactos.

Carolina frunció el ceño. Notó ese brillo en sus ojos que hizo más que evidente su enorme deseo por ella.

—Deje de imaginarse cochinadas —le pidió Carolina chupándose el pulgar.

Ian estaba serio. Realmente estaba ansioso de llevarla a la cama.

—No puedo —dijo con voz grave—. Me gustas mucho — dijo afectándola demasiado—.  Desearía estar en el lugar de esa carne y ésos dedos... —extendió su mano y tomó la pequeña y tosca manita de la joven.

¿QUÉ HARÍAS POR AMOR?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora