33. GATITO

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Se fué a la cama con el preservativo en la mano. Lo abrió con torpeza y lo desenvolvió. Se sorprendió. Nunca había visto uno.
En realidad no sabía nada de sexo.

—Eres una estúpida, Carolina —se reprochó y tomó su móvil.

Hortensia le dijo que cuando quisiera saber que buscara y aparecerían las imágenes e información que necesitaba.

Levantó las cejas. Debía ver más televisión, se dijo y recordó las palabras de la adolescente. Tenía tanta razón.

—Sexxx —tecleó con torpeza y aparecieron imágenes que la hicieron soltar el teléfono.

Se reprochó ser tan puritana y lo tomó nuevamente.

Comenzó a ver y fué inevitable que su cuerpo reaccionara. Era vergonzoso, pero debía saber.

—¡Chingado, es cierto!

Picó una imagen y se escucharon gemidos descontrolados.

—¡Carolina, deja éso! —se oyó el grito de Ian desde la habitación de al lado—. Eso puedo enseñártelo en vivo.

La capataz enrojeció. Se llenó de rabia contra si misma. No podía creerlo. En verdad sus compañeros de trabajo se habían abstenido de hacer comentarios muy vulgares delante de ella. De otra manera sabría mucho de sexo. Ese detalle se lo debía a Jonás y Reynaldo que siempre estaban tratando de controlar el vocabulario de los trabajadores delante de ella.

Trabajaba todo el día, apenas veía televisión, comía y se dormía. Había vivido solo por vivir, se dijo cayendo en cuenta.

—Soy una ignorante —musitó y miró una guía de estudio que Fidel le dió días atrás.

Cuando regresó de Canadá, fué con el viejo a sacar una ficha para solicitar examen en la universidad. Lo hizo llevada por un impulso, cansada de sentirse inferior, mas ahora tenía dudas.

Empezó a revisar las hojas. Las letras se hacían un nudo en su mente y debía repasar una y otra vez para entender lo que decía.
El examen lo haría en un mes. Fidel decía que no habría problemas para ingresar, sin embargo, tenía muchas dudas. No confiaba en si misma.

Le seguía doliendo el cuerpo y por más que leía sentía que no avanzaba nada.

¿Qué iba a hacer? Si las cosas salían como el viejo decía, en tres meses estaría en la universidad.

Se tapó hasta la cabeza con las cobijas y contuvo un sollozo. Tenía miedo. Miedo de todo. Su cuerpo se sacudió y las lágrimas empezaron a fluir sin control, pero guardó silencio.
Era espantoso no saber qué clase de ser humano era, si el hombre que dormía en habitación de al lado realmente sentía por ella lo que decía o solo quería abusar de su ingenuidad e irse dejándola con el corazón roto. A éso le temía más que a nada, a confiar y sufrir por amor. No quería terminar como su padre.

Se le escapó un sollozó y de inmediato se cubrió la boca.

Ian entró con mucho cuidado y alcanzó a escuchar que gruñó, luego vió que pataleó. ¿Otro calambre? Se preguntó dando un paso al interior, descalzo.
Estaba enojada, mejor dicho, frustrada. La oyó gemir con dolor y supo que no estaba bien.

Se acercó a su cama y vió el cuerpo temblando.
Llegó al borde, por un costado, y extendió la mano.

—Sácame a ese cabrón del cuerpo...por favor —susurró con angustia, conteniendo su intención inicial—. Quiero vivir como antes...

Ian decidió cambiar la estrategia y puso una rodilla sobre el colchón.

Carolina se sobresaltó al sentir una presencia y brincó como resorte sobre la cama, para quedar sentada.
En el proceso, estiró un brazo y le dió un golpe justo en el pómulo.

¿QUÉ HARÍAS POR AMOR?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora