—A ver qué día nos visitas y nos echamos una partida —dijo Eduardo Casas.
Carolina sonrió traviesa.
—Mientras no sea una partida de madre, todo está bien.
Eduardo se echó a reír escandalosamente junto con ella.
—¡Ay Carolina, nunca se te quitará lo hocicona!
—No creo —respondió y se llevó una mano al sombrero.
Lo echó un poco hacia atrás. Volteó hacia Victoria, sintiéndose atraída como un imán. Se topó con la interesada mirada del zoólogo. Su sonrisa se esfumó al mirarlo fijamente—. Ya me voy.Ian notó la hostilidad en sus ojos.
—Entonces, nos ponemos de acuerdo para que vayas el fin de semana a la casa.
Carolina apenas lo escuchó.
—¿El sábado a las ocho?
—Mejor antes para cenar.
Carolina sonrió. Victoria la miró y se vió obligada a despedirse agitando la mano.
—Hasta luego, Vic —le dijo.
—Nos vemos Carolina.
Ian observó a la chica. Vaya vaya, pensó teniéndola al fin enfrente. Era delgada, de lindos rasgos que podría calificar de felinos, más que nada por la actitud. Lo veía con desconfianza, ¿por qué?
Carolina apartó la vista del hombre. Solo con verlo, algo dentro de ella se removió, incomodándola.
En su deseo de escapar, no se fijó por donde iba y terminó tropezando con alguien.—¡Oye, estúpida, fíjate por donde vas! —reclamó la huésped.
—Perdone —se disculpó la capataz y dió dos pasos atrás.
Entonces, frunció el ceño al darse cuenta de que era la rubia con la que Ian se besó minutos atrás.
Retrocedió dos pasos más y se topó con una dura pared, que además, le puso las manos en los delgados hombros.
Carolina aspiró un aroma a colonia de hombre que jamás había olido y su ser entero se impactó. Miró las manos poderosas tocándola y un escalofrío la sacudió.
—Cuidado —la voz profunda del aventurero logró que Carolina saltara lejos de él.
Ian se asombró por su agilidad y después por la belleza de sus ojos melancólicos. Le recordaron los de Gabe.
¿Estaba enojada? Le sorprendió su comportamiento tan extraño.
—Nos conocemos ¿verdad?
La capataz empeoró su humor al verlo dibujar una maravillosa e increíble sonrisa.
Sus ojos recorrieron el cuerpo grande y musculoso del tipo. Era un desgraciado, un... un... monumento al pecado, una estatua fabulosa: piernas largas, brazos bronceados y fuertes, cabello rubio peinado con aparente descuido, los labios, la barba incipiente...
Ian tragó saliva al sentirse devorado por esos ojos.
—Ian —refunfuñó Paula.
Carolina volvió a arrugar la frente. Se bajó el sombrero para cubrirse la cara.
—No, señor, no nos conocemos —dijo su voz tensa.
—Oye, pequeña...
Carolina apretó los puños, e Ian, acostumbrado a estudiar animales y sus reacciones, lo notó.
—Solo lo vi aquella vez en la madre esa... —señaló al aire con una mano—. Pero no lo conozco.
Ian sonrió, había algo cautivador en la criatura.
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¿QUÉ HARÍAS POR AMOR?
Romance¿FINGIRÍAS SER ALGUIEN MAS PARA PERDER AL AMOR DE TU VIDA? Todo comenzó con un chat. Carolina se hizo pasar por su mejor amiga para conseguir una cita con el único hombre que le recordaba que era mujer... Después de todo, él nunca pondría sus ojos...