14. MOJIGATA

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—Es un placer conocerlo señor Sosa —saludó Ian a Miguel, estrechando su mano.

—Dice Magui que es usted biólogo... —comentó mientras lo observaba con cierta desconfianza.

Al parecer el señor Sosa no estaba consciente de la edad actual de su hija.

—Así es señor.

—¿Y éso que es? —inquirió y empezaron a caminar al interior de la casa.

Magui y su madre venían detrás de ellos y cuchicheaban entre sí.

—Buena pregunta —respondió Ian.

Miguel supo que le tomaría algo de tiempo hacerlo entender.

—Venga, vamos a tomarnos una copita y me explica.

Minutos después, el señor Sosa lo veía entre asombrado y espantado.

—Oiga, y eso de andar entre tremendos animalotes como que es peligroso ¿no?

—Si se descuida, bastante.

—Se me hace que a usted le gusta el peligro.

—Mentiría si dijera que no. Es parte de lo que me apasiona.

—¿Tiene familia? —preguntó sacando una botella de tequila.

Su esposa y Magui les acercaron unas botanas y vasitos.

—S...si, una hermana mayor —respondió sintiéndose incómodo ante tanta pregunta. No creyó que a su edad llegaría a tener una relación tan adolescente.

—¿Está casado?

—No.

—Ah... —murmuró con vaguedad—. ¿Tiene hijos?

—No —respondió cuando vió a su mujer servirles la fuerte bebida. El alcohol no era su fuerte. Siempre prefería evitarlo, por el estilo de vida saludable que requería para su trabajo.

—Bien por usted. No es bueno dejar chamacos regados.

—Si es bien triste que luego se quedan solos en el mundo como ésa muchachita —comento Josefa, sentándose por fin, al lado de su esposo.

—¿Qué muchacha? —inquirió Magui.

—Habla de Carolina, nuestra capataz —respondió Miguel.

Ah, la gatita salvaje, pensó Ian aceptando el tequila.

—Esa niña me preocupa. No tiene ni un pariente que vea por ella.

Ni lo necesita, agregó Ian mentalmente y se tomó el caballito de tequila.

Magui se sorprendió al escucharlo.

—Papá, creí que te desagradaba.

Miguel imitó el movimiento de Ian. Bebió y luego respondió.

—No, como me va a caer mal. La conozco desde que nació.

—Pero no querías que trabajara en la hacienda, después de que su papá murió.

—Es que es una mujer y no es normal que solo sepa hacer trabajos de hombre.

—¿No la cree capaz? —preguntó el biólogo.

—Pues... —arrugó la cara—. Es que es tan chiquita, tan...

—Frágil... —pensó Ian una vez más, solo que esa vez en voz alta.

—Eso mero —coincidió Miguel —. Pero la hubieran visto azuzando al semental —sonrió con el rostro iluminado—, ése demonio de una tonelada.

—¿Qué? —dijo Magui asustada.

¿QUÉ HARÍAS POR AMOR?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora