55. BIEN AMADA

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Su llegada a la hacienda Sosa no fué muy bien vista. 

Le pidió a la mujer de servicio que la anunciara con Don Miguel y cuando fué a darle el recado, en el segundo piso, apareció Magui. 

Bajó de su recámara con su típico atuendo perfecto. Pantalón de vestir, blusa de seda y un abrigo beige. Su cabello castaño estaba peinado en ondas perfectas y le cubría parte del rostro maquillado como una profesional. 

—¿Cómo te atreves a poner un pie en esta casa? —la enfrentó molesta.

Había pasado una semana y los golpes en su cara aún eran evidentes.

—Vine a hablar con tu papá.

—¿A hablar de qué?¿De los golpes que me diste? Porque aún no le digo que fuiste tú.

Carolina sonrió con desgano.

—Ay gracias, Magui —dijo falsamente—. Todavía estoy que no creo que me hayas engañado por tanto tiempo.

—¿Engañarte? ¡Nunca te engañé! —se le acercó—. ¡Tu fuiste la que me engañó diciendo que te gustaban las mujeres!

—Nunca dije que me gustaran, solo dije que... ¡Chingado! ¡Lo que haya sido! Tú no hubieras sido mi tipo. En realidad ni una es mi tipo.

—¡Jamás olvidaré ésta traición Carolina!

—¡Y yo jamás olvidaré que por tu cola de diabla, mi papá haya sufrido tanto! ¡Maldita perra del infierno!

Magui apretó los labios y estuvo a punto de darle una bofetada.

Carolina la esquivó ágilmente y le agarró la muñeca. Se la retorció hasta hacerla caer de rodillas.

—¿Cómo pudiste destrozar así a mi familia? —preguntó sintiendo que el odio renacía —. Te veo y solo puedo pensar en el dolor de mi papá, en todos los años de sufrimiento que tuvo. Nunca se recuperó de esa traición y no fué por orgulloso —le lastimó la mano hasta hacerla gritar—. Fué porque amó demasiado a esa mujer.

—¡Suéltame! —gritó llorando y Carolina la ignoró unos segundos más.

—¡Trataste de hacerme lo mismo con Ian! ¡Y si lo hubieras conseguido, te juro —Magui gritó nuevamente— que te hubiera roto cada maldito hueso! 

La soltó con tanta fuerza que Magui cayó de bruces al piso. A los pies de Carolina.

La chica sintió pena por la contadora. Era una pobre mujer. 

Unos pasos la pusieron en alerta.

—¡Carolina! —dijo Miguel Sosa con voz potente, viendo a la que fuera su capataz. 

Estaba cambiada. Seguía siendo en escencia la misma pero en proceso de mejorar su apariencia.

La miró de pies a cabeza. Vestía ropa a la medida: jeans y blusa a cuadros, y el cabello estaba peinado, además... ¿usaba maquillaje? Notó sus ojos con una ligera capa de rímel y el brillo rosado en sus labios. Parecía una mujer. Una muy bonita.

Miró de pronto al suelo y encontró a su hija llorando. Sin dudarlo, corrió hasta ella.

—¡Papá, Carolina está loca! —gritó soltando un llanto desgarrador—. Ella fué la que me golpeó en México y en Canadá.

Miguel quedó pasmado.

—¿Que dices?

—Pinche vieja mentirosa.

¿QUÉ HARÍAS POR AMOR?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora