12. TERRITORIAL

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Había llegado a la esquina de la calle, cuando se encontró con la policía. Le pareció muy extraño ver una patrulla.

Se había ido caminando, con Cuco andando a su lado.
Un policía bajó y la detuvo haciéndole la señal con una mano.

—Buenas noches, Carolina —saludó Eulalio, un viejo conocido de la infancia.

—¿Qué pasó, Lalo?

—Este... pues... —se rascó la cabeza, inseguro—. Recibimos la orden de llevarte a la comisaría.

—¿A mí? ¿Por qué?

—Le rompiste la nariz a Simón y van a tenerlo que operar.

Carolina meneó la cabeza.

—¿Y quién dice que fui yo?

El muchacho sonrió.

—Pues... todos los que te vieron, y conociendo tus derechazos —recordó la infancia de ambos—, no lo dudo ni tantito.

Carolina se cruzó de brazos. En ese preciso instante, Ian pasó a su lado y apenas la miró.

—Buenas noches, Carolina —la saludó, con las manos en los bolsillos y siguió su camino.

Su tono burlón, la irritó.

—¿Cómo que debo ir a la comisaría? —replicó enfadada—. ¡Fué él quien me agredió primero!

—Pues a lo mejor, pero... —dejó de oírlo, cuando sus ojos se pegaron en la amplia espalda del zoólogo que se iba, dejándola a merced de la autoridad.

—¡Pinche maricón, hijo de su puta madre!

—Uh... —musitó Ian caminando lentamente. Esa chica sabía cómo meterse en problemas.

—Pues así están las cosas Caro. Tienes que acompañarnos a la comisaría y llegar a un acuerdo con Simón.

Carolina apretó los puños.

—Ya verá ése cabrón, el acuerdo que le voy a ofrecer.

Ian se rió. Meneó la cabeza. En definitiva, Carolina no tenía remedio y sería muy divertido ver hasta dónde era capaz de llegar esa colérica joven.

Eulalio la contuvo cuando apareció Simón.

—Cálmate, no empeores las cosas —dijo en voz baja.

Al verlo de cerca, Carolina sonrió al notar los estragos que su golpe le causó. Estaba hinchado y lleno de moretones en la nariz y ojos.

—A ver niega que me golpeaste —replicó el pelirrojo.

—Pues claro que no lo voy a negar —contestó orgullosa de su acto—. Hasta en eso soy más hombre que tú.

Sus palabras corroboraron la denuncia del joven. Comenzaron a alegar.

Carolina se negó a pagar su operación y minutos después estaba en una celda, maldiciendo su suerte.

El juez supuso que unas horas en la cárcel la ayudarían a tranquilizarse y a pensarlo con calma.
Carolina se sentía molesta y llena de dolores por su próximo periodo. Esperaba que no apareciera de pronto.

Ian llegó a la sencilla comisaría del pueblo y entró.

Preguntó el motivo por el que Carolina Vargas estaba encerrada. Con algo de humor, uno de los policías le contó lo sucedido.

—¿Entonces está encerrada por seguridad de la población masculina? —inquirió Ian fingiendo seriedad.

—Algo así... —se rió.

¿QUÉ HARÍAS POR AMOR?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora