20. SE FUÉ

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Esa mañana despertó temprano como siempre. Aún era de madrugada y estaba tan frío como oscuro.
Se vistió con sus típicos jeans enormes y el gran cinturón​ desgastado. Llevaba una camiseta vieja debajo de la camisa de franela azul. Se puso encima una gran chamarra y se disponía a bajar cuando se quedó quieta al borde de la escalera.

¿Cómo había llegado a su recámara? Se preguntó confundida. ¿En qué momento se levantó del sillón y caminó al segundo piso? No recordaba ni vagamente ese evento.

Lo último que venía a su cabeza fué que estuvo con Ian, mientras le masajeaba los pies.

Miró sobre su hombro y se debatió unos segundos entre ir o no ir a verlo. Estaba dormido y no quería despertarlo a las cinco de la mañana.

Bajó un primer escalón. Dos... Tres... Se detuvo. Regresó y caminó decidida a echarle un vistazo. Tal vez lo había soñado en su casa. Necesitaba confirmar lo que vió y habló con él la noche pasada.

El corazón le latía tan apresurado que sentía que se le escapaba del pecho con cada paso que​ daba.

Se detuvo afuera. Tomó aire. Pensó en tocar, decidió no hacerlo. Puso la mano sobre la perilla, la apretó insegura. Giró lentamente, sin hacer ruido. Podía escuchar su propio corazón y la falta de aire que empezaba a afectarla.

Estaba emocionada, no podía negarlo. Tenía al hombre de sus sueños a unos pasos, en su casa.

Abrió la puerta y se encontró con la oscuridad de la habitación. Empujó un poco más la puerta y vió con dificultad. Entró a la recámara con pasos de gato, muy silenciosos. Se acercó al lecho. Había algo extraño en las formas de la cama. Le parecía que su cuerpo no hacía mucho bulto. Tocó las cobijas y frunció el ceño. Movió las manos conforme sus ojos descubrían el vacío. La angustia se apoderó de su ser al no sentir nada.
¡Ian no estaba!

—¡No puede ser! —gimió y jaló las cobijas hasta deshacer la cama. ¿Dónde estaba? ¡No pudo haber sido un sueño! ¡Anoche estuvo en su casa! Hablaron y discutieron, luego cenaron. ¡Incluso le prestó su camisa!

Se acercó al interruptor de la luz y movió el botón para encender el foco. Gimió ansiosa y molesta. Sintió algo atravesado en la garganta.
Fué al armario y no encontró nada. No estaba su maleta. No había rastro de Ian.
¿Qué pasó? ¿Por qué desapareció? No lo había soñado.

Fué a la cama y se sentó sobre ella en el borde. Apretó las cobijas que debieron cubrirlo y que no lo hicieron. ¿Por qué se fué?
¿Tan mal lo trató? Él tampoco fué una dulzura con ella.

De repente el nudo que sintió en la garganta se transformó en un sentimiento doloroso. Los ojos se le inundaron de lágrimas y gruñó. Se levantó dejando fluir la rabia y salió de la recámara dando un fuerte portazo.

—¡Se largó y ni me dijo adiós el cabrón! —dijo molesta, más tarde.

Andaba de un lado a otro moviendo con suma dificultad unas pacas de alfalfa. Cuando uno de los trabajadores se acercó a ayudarla, le envió una fúrica mirada que hizo que el hombre prefiriera contener sus buenas intenciones y empezó a retroceder.

Magui no parecía sorprendida, ni por su reacción, ni por lo que le decía.

—No puede ser —respondió viéndola sudar. Su ropa estaba mojada en la espalda y pecho —. Me llamó anoche a las diez, para avisarme que debía salir de emergencia —declaró y Carolina dejó de moverse para prestarle atención—. Tenía cosas que hacer. Algo de su trabajo... Fué muy escueto al explicar —agregó cuando la chica paró por completo y se puso las manos en las caderas.

—Pero no me avisó, ni me dejó un recado o algo —dijo con poco aliento.

Con una señal de manos, le indicó al trabajador que continuara su labor. Entonces caminó hacia Magui, que perfectamente vestida de jeans y blusa de seda bajo un chaleco de lana, la miró ir en su dirección.

¿QUÉ HARÍAS POR AMOR?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora