32. ESTOY POR TI

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Carolina cerró los ojos al sentir un flashazo. Ian se tomó una foto con ella detrás, al verla tan molesta.

—¿Qué hizo? —preguntó desconcertada mientras trataba de recuperarse del impacto.

—Nada que te afecte —aseguro y revisó la foto—. Empezó mi supuesto trabajo aquí en la hacienda.

—¿Qué trabajo? —inquirió tratando de mirar su intervención en la foto.
Ian guardó el móvil en su bolsillo trasero y se volteó a verla de frente.

—El del reportaje donde mostraré al mundo los encantos de vivir entre las... —miró sus senos con deseo—bellezas de la naturaleza —agregó y echó un vistazo alrededor, ignorándola.

Se apartó de ella y fué a la cocina.

—¿Y cómo le va a hacer cuando don Miguel sepa que es purita mentira su visita? —preguntó mirando el celular en su pantalón y su perfecto trasero.

Ian tomó un vaso y lo llenó de agua. Carolina observaba cada detalle de sus movimientos, esperaba el momento para acercarse y atacar. Debía ver esa fotografía.

—No es mentira. Por si no lo sabes, aparte de mi trabajo en la cadena televisiva, tengo millones de seguidores en instagram y allí también publico mis vivencias personales, entre muchas otras actividades que realizo.

—¿Y ésa chingadera donde está? Ni sé que es o dónde se ve.

Ian la miró de pies a cabeza, en lo que le daba un sorbo largo a su agua.

—Pues... —siguió observándola. Respiró profundo—. No sé por qué, pero hueles como un bufalo africano o algo igual de apestoso.

Carolina recordó haber visto esos animales en uno de sus programas. Hizo una mueca. Por lo general tenían moscas alrededor.

—Hmm, pues sí —respondió poniéndose las manos en las caderas—. Hace un rato me gané un fajo de billetes por montar un toro de reparo.

Ian miró el pequeño cuerpo.

—¿Qué?

—Lo que oyó. Por cierto... —se metió la mano al bolsillo delantero derecho y sacó lo que mencionó.

Ian se sorprendió al ver unos billetes de baja denominación aparentando un montón.

—Dios, llegué en un buen momento. Con éso puedes llevarme a cenar a un buen restaurante.

—Uy si, ahorita subo y me pongo una de esas madres que enseñan los calzones —hizo el ademán de un microvestido— y luego unos pinches taconotes pa' quebrarme las patas.

Ian se la imaginó y fué realmente gracioso.

—O simplemente vas a bañarte mientras yo caliento nuestra  cena —señalo detrás suyo—, enseguida, sales desnuda... —sugirió acercándosele cada vez más—. Cenamos... —la atrajo por la cintura contra su sexo duro— y me lo agradeces como yo quiera.

Carolina lo miró ocultando su excitación. Su mirada quedó fija en él. La volvía loca, demente, estúpida... pero ya no le creía.

—¡Usted no me va dar nada! —lo empujó sin éxito. Ian le tomó la nuca y la atrajo hasta su rostro—. ¿Está loco? ¿Acaso no le funciona la nariz? ¡Huelo a madres!

—Pues me vale madre —musitó y puso sus labios sobre los de ella para buscar el beso que tanto deseaba darle desde que llegó.

Carolina pretendió rechazarlo, pero era tan convincente, besaba tan bien, sabía tan bien...

La oyó gemir y estrechó su cintura con libertad. Apretó sus caderas, descendió a su trasero cubierto con esa ropa holgada y gimió preso de la pasión.

¿QUÉ HARÍAS POR AMOR?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora