Conforme nos vamos aproximando al lugar, la pelirroja de Ann va haciéndose más visible. Ella se encuentra de brazos cruzados junto a la entrada del local de los Árticos y, en el momento en el que pone sus ojos en nosotras, se despega de la pared y da un par de pasos al frente, notablemente nerviosa. El movimiento incesante de sus piernas, me lo dice. Cuando ya estamos a pocos pasos de su posición, puedo ver cómo sus labios, pintados de un rojo intenso, se adentran en el interior de su boca, lo que reafirma su inquietud ante la situación que se nos ha presentado.
—Ya pensaba que no ibais a venir —habla la chica.
—Pues aquí estamos —dice Andriu, quien entra directamente al local.
Ann se me queda mirando durante unos segundos y, luego, no duda en seguir los pasos de su hermana. No puedo evitar que un escalofrío me recorra toda la columna vertebral hasta alojarse en el centro de mi nuca; con lo a gusto que estaba yo en mi casa.
Suelto un suspiro intranquilo a la vez que aprieto los puños, causándome un poco de dolor en las palmas de mis manos al clavarme las uñas. Sin esperar a que los nervios me invadan el cuerpo al completo, entro en el oscuro pasillo que lleva al interior del pequeño edificio.
En cuanto las hermanas de los pelos de colores abren la puerta del fondo, el lugar se ilumina, lo que me permite ver con mayor claridad por donde estoy pisando; cosa que agradezco enormemente. Una vez que las tres llegamos a la sala en la que se encuentran seis personas observando cada movimiento nuestro, trago saliva y me quedo analizando todo a mi alrededor sin alejarme mucho de las chicas que me acompañan.
Entre los sujetos presentes, están Jayden y Fred, el resto son gente que recuerdo haber visto con anterioridad por estos lares y algunos totalmente desconocidos. Antes que alguien empiece a hablar, escucho como cierran la puerta a mi espalda, emitiendo un chirrido que me pone la carne de gallina. Una mueca por el ruido molesto se abre paso en mi boca.
—Andriu, creí haberte dicho que no quería verla por aquí más —espeta el dilatas, acercándose peligrosamente hacia la nombrada.
Esta se mantiene firme en su sitio, sin inmutarse por la acción del sobrino de uno de los jefes de la mafia en la que estamos metidos. Él me echa una rápida mirada asesina que consigue espeluznarme, pero enseguida regresa la vista a la pelo azul.
—Ya hemos hablado esto, no empieces otra vez —le advierte ella con el dedo índice y seriedad en sus palabras.
Al mirar a mi alrededor, me percato de que todos observamos la situación un tanto confundidos, a excepción de Ann y Fred, por lo que no me es difícil saber que ellos están al tanto de lo que ocurre. No obstante, cuando Jayden se da cuenta de que les estamos prestando demasiada atención, decide intervenir.
—Vosotros —les llama con dureza—. ¿A qué esperáis para iros a hacer vuestro trabajo?
Sus ojos se desvían hacia los miembros de su bando con la intención de intimidarles y hacer que se marchen del lugar, sin embargo, ellos, en vez de mostrar miedo hacia a él, se ríen levemente. Jayden se mantiene neutro.
—Que seas el sobrino de uno de los jefes no te convierte en uno de ellos. No tienes derecho a darnos órdenes —le ataca un chico pelirrojo natural con burla.
Esto no le hace ni pizca de gracia el líder del grupo, pues aprieta las manos en un intento de tranquilizar sus ganas de lanzarse al cuello del que ha osado burlarse de él. Ese tío nos muestra una sonrisa de medio lado para hacernos saber que está disfrutando del enfrentamiento que ha iniciado.
—Los jefes le han encomendado la tarea de dirigir el bando en cuanto a temas de drogas se refiere —interviene la pelo azul—. Así que sí. Tiene todo el derecho a daros órdenes. Ahora vete a hacer tu puñetero trabajo junto a todos los demás si no quieres que nuestros superiores se enteren de que has desobedecido las órdenes de su sobrino.
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Liberación | EN FÍSICO |
ActionDespués de haber conseguido dejar el café atrás, Kelsey Davenport tendrá que lidiar con los nuevos problemas que se le han presentado. Ya nada es lo que parece. Nadie es quién dice ser. Y en nada ni nadie podrá confiar como antes. Ella tendrá que lu...