Kelsey.
Unas horas antes.
—¿Tu padre se desentendió de ti tras el divorcio? —indaga el taxista mientras conduce por una de las carreteras desiertas del barrio en el que hemos entrado.
Según él, es un atajo para llegar antes al aeropuerto.
—Así es —respondo mientras desvío la mirada hacia el trasportín donde se encuentran mis dos gatos, en uno de los asientos que hay a mi lado—. Se fue distanciando de mí y le dejó mi custodia a mi madre. Ya ni siquiera me llama para saber cómo estoy.
—Joder, cuanto lo siento, guapa. Es un fastidio —dice el hombre sin quitar los ojos de la carretera—. Te entiendo perfectamente, yo también vengo de una familia complicada.
Su mirada se posa en el espejo retrovisor interior del coche, en el cual puede observar mi reflejo, ya que me encuentro en la parte trasera de este.
—¿Sabes? —Sonrío levemente—. Me sorprende la facilidad con la que los taxistas sacáis un tema de conversación así sin más.
Ni siquiera sé cómo hemos llegado a sacar el tema de mi relación con mi padre. El hombre suelta una sonora carcajada de sus adentros al mismo tiempo que vuelve a pegar la mirada al frente.
—Es la costumbre —responde encogiéndose de hombros—. Después de tantos años en este trabajo te das cuentas de lo aburrido y pesado que se hace si no mantienes una conversación con tu cliente, por eso, después de tanto tiempo y práctica, ya te sale solo. Si te incomoda solo tienes que decírmelo.
—No, no. Tranquilo —me apresuro a decir—. Es agradable hablar con alguien que te comprende. Gracias por escuchar.
—No hay de qué, guapa. —Me guiña un ojo en el espejo para que pueda verlo.
Dirijo la mirada hacia la ventanilla de mi lado y observo los edificios y las farolas pasar a una velocidad moderada. Las luces de estas se van haciendo pequeñas según las vamos dejando atrás, y más grandes las que se van acercando por delante. Le echo un vistazo a la hora que es en la pantalla de mi móvil: son las ocho de la noche y debo estar en el aeropuerto a las nueve y media.
—¿Falta mucho para llegar? Debo estar allí un poco antes de las nueve —inquiero sin despegar la mirada del móvil.
—En menos de una hora llegamos, tranquila —comenta para luego comenzar a tatarear una canción, que desconozco, de la radio.
Bloqueo la pantalla del teléfono y vuelvo la vista a la ventanilla. Ni un solo coche, aparte del nuestro, aparece por el lugar. Al dirigir la mirada a la parte delantera del automóvil, mis ojos chocan con una fotografía pequeña, la cual se encuentra pegada en el espejo retrovisor interior y de la que no me había percatado hasta ahora. En ella hay una niña rubia muy sonriente, con su pelo recogido en un lazo rojo en lo alto de su cabeza.
—¿Es tu hija la de la foto?
—Sí, es la niña de mis ojos —confirma con ternura—. Igual de guapa que su padre, ¿verdad que sí?
Una risotada sale del interior de mi garganta; la verdad, es que la niña no se parece en nada a su padre. Él es moreno, con partes de su cabeza calvas, ojos marrones oscuros, una barba con tantas canas que parece que ha nevado en ella, y bastante larga. Parece un mago salido de «El señor de los anillos». Es Gandalf, pero con unos cuantos años menos.
—En realidad es la viva imagen de su madre —confiesa después de unos segundos sin intercambiar palabra alguna—. Ella murió hace un año de un derrame cerebral.
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Liberación | EN FÍSICO |
AcciónDespués de haber conseguido dejar el café atrás, Kelsey Davenport tendrá que lidiar con los nuevos problemas que se le han presentado. Ya nada es lo que parece. Nadie es quién dice ser. Y en nada ni nadie podrá confiar como antes. Ella tendrá que lu...