👑🌹 Capítulo 58

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Fred.

Una semana más tarde.

—Hazlo —me ordena Jayden—. Ya me lo habéis quitado todo. A Andriu, a nuestro futuro hijo o hija, mi libertad. Así que acaba de una vez y quítame la vida. —Su voz es dura y sus ojos se me antojan cuchillas—. Por suerte, también me habéis quitado el miedo.

—Fred... no lo hagas —me suplica Ann entre llantos.

Bastian presiona la boca de la pistola contra la parte trasera de mi cabeza, haciéndome sentir el frío del metal. Trago saliva y mantengo mi posición actual, sosteniendo el arma contra la frente de mi amigo. Sé a ciencia cierta que el jefe está a nada de perder la paciencia conmigo, la presión del cañón en mi piel y la cuenta atrás que ha optado por iniciar para meterme más prisa y miedo, me lo dicen. Esto solo va a poder acabar de una forma.

—Tres, dos, uno...

Tenso la mandíbula y, con gran rapidez, aparto la pistola de la cabeza de mi amigo y me la pongo en el lateral derecho de la mía. No dudo ni un segundo en realizar lo que ronda por mi mente, simplemente aprieto el gatillo y hago que la bala impacte contra mi cráneo, envolviéndome en esa oscuridad que desprende tanta paz.

Un fuerte tirón hace que mi cuerpo se desplace hacia la izquierda y caiga contra el duro suelo. Un gemido de dolor sale del interior de mi garganta y mis ojos se abren al instante. Ante mí aparecen unos pies que supongo que pertenecen a uno de mis compañeros de celda. Apoyo las palmas de mis manos en el suelo y hago el intento de levantarme, pero él me pisa la espalda, obligándome a quedarme dónde estoy. Él se ríe al escuchar mis quejidos adoloridos.

Su mano izquierda sostiene las sábanas de mi cama, ha debido de tirar de ellas para sacarme del catre. Me duele la cara de los golpes que mi compañero ha ido repartiendo en mis primeros cuatro días por todo mi cuerpo, de primeras no nos hemos llevado muy bien. Se llama Kay y está en prisión por asesinato. Por lo mismo que yo, pero con una condena más larga que la mía, dada a las diferencias en nuestras respectivas situaciones.

—Se te acabó la siesta. ¿Dónde está? —me pregunta Kay con sorna.

—¿El... qué?

La suela de su zapato se separa de mi espalda, lo que me permite respirar con mayor facilidad que antes, cosa que aprovecho para llenar mis pulmones de aire.

—Levanta —ordena.

Hago lo que me pide. Vuelvo a apoyar mis manos en el suelo para poder impulsarme hacia arriba, sin embargo, en el momento en el que estiro mis brazos y mi estómago se separa de la superficie, Kay enreda las sábanas alrededor de mi cuello.

Llevo los dedos hacia la tela como acto reflejo, para poder separarla y permitir que el oxígeno siga circulando por donde debe, pero no lo logro. Me ahogo. Jadeo en busca de aire, pero ni una brizna llega a mi interior. Noto como la cara de mi compañero se acerca a uno de mis oídos.

—Tú fuiste el único que me vio guardar la navaja dentro de una de las patas de esa puta silla —escupe con odio—. Ya no está ahí. ¿Qué has hecho con ella?

Miro la silla de nuestra celda, está volcada y con una de sus patas huecas vacías. El día que llegué aquí, encontré a Kay guardando un arma blanca ahí. Él se percató de mi presencia y me sonrío de una forma que consiguió ponerme la carne de gallina. Lo único que me hizo fue un gesto para que me callase y no dijera absolutamente nada. Después llegaron los otros dos presos con los que compartimos la celda y actuó como si nada hubiera ocurrido. Pero yo no sé dónde está la navaja, no la he cogido.

—Habla —obliga—. ¿Sabes? Esta mierda te queda bien de corbata. Solo falta apretarla un poco más.

Lo hace. Aprieta las sábanas en mi cuello. El ruido que sale de mi garganta es propio de una persona que está a punto de morir por asfixia. Siento que me mareo y que las fuerzas comienzan a fallarme. Los dedos se me resbalan por la tela, ya ni siquiera puedo agarrarla como antes para quitármela de encima.

Liberación | EN FÍSICO |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora