Voy arrastrando la maleta de ruedas por el suelo del aeropuerto de Arkansas a la vez que busco la salida entre tanta gente apelotonada por los alrededores. Sujeto con fuerza el trasportín de los felinos para evitar que alguien haga que lo tire sin querer. A cada paso que doy, voy moviendo la cabeza de un lado a otro, en un intento de divisar algún cartel que me indique por donde debo ir para salir del lugar.
Todavía tengo el corazón latiéndome a mil por hora, a pesar de que ningún guardia se ha dado cuenta de que estoy haciendo algo un tanto ilegal, sigo con los nervios a flor de piel. Tengo miedo de que alguien consiga reconocerme por aquí, al fin y al cabo, es donde me he criado.
Avanzo por el lugar, sin detenerme y con la cabeza levemente agachada para evitar lo que tanto temo. Sería mucha casualidad que estuviese algún conocido mío por aquí a estas horas, pero no puedo confiarme mucho. En cuanto salgo de entre la pequeña multitud que se ha formado por la zona, diviso la entrada de puertas acristaladas del aeropuerto. Respiro hondo y me encamino hacia allí a paso rápido.
En cuanto cruzo el umbral de la puerta, una ráfaga de aire frío colisiona contra mi cuerpo, hasta llego a preocuparme por la estabilidad de mi peluca. Por esa misma razón, me llevo una mano a la cabeza para sujetarla mientras simulo que me estoy rascando. En el momento en el que avanzo un par de pasos, el viento cesa y puedo dejar de sostenerme la cabellera postiza. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza en el instante en el que siento mis huesos helarse.
Busco con la mirada algún taxi que esté disponible por aquí cerca. Además de transporte, necesito refugiarme del frío. Mis dientes comienzan a castañear a los pocos segundos, así que decido caminar por la acera mientras continúo con la búsqueda para ir entrando un poco en calor. Estoy a nada de darme por vencida hasta que veo como uno de los vehículos públicos aparca cerca del bordillo. No dudo ni un instante en dirigirme hacia allí a un paso rápido para impedir que otra persona mucho más rápida que yo me lo quite.
Cuando llego al taxi, abro la puerta de los asientos traseros y meto la maleta y el trasportín con cuidado para no dañar nada. Hecho esto, me siento en mi respectivo sitio, cierro la puerta y me abrocho el cinturón.
—Buenas noches, señorita. ¿A dónde la llevo? —me pregunta el hombre que está en el lugar del piloto, mirándome por el espejo retrovisor.
—Buenas noches. Arranque, yo le voy guiando —respondo.
El conductor asiente no muy convencido y hace lo propio. Le habría dicho una dirección, pero no quiero que nadie sepa que me dirijo al lugar en el que reside mi familia, solo por precaución. Y hace tanto tiempo que no vengo aquí, que no me conozco el nombre de las calles que hay cerca de donde ellos viven.
Fijo los ojos en el reloj digital que hay en la pantallita del reproductor de música. Son más de las once de la noche, espero que, tanto mi madre como mis abuelos y mi tío, estén despiertos.
El hombre conduce hasta la carretera con precaución, mientras tararea una canción que emana de la radio. No la conozco, pero tiene un ritmo contagioso. Los minutos pasan y el taxista no abre la boca en el camino que llevamos recorrido, la única que habla soy yo para indicarle por dónde ir. En estos momentos me acuerdo de Claudy, quien me sacaba conversación como si nos conociésemos de toda la vida. Este, sin embargo, parece ser más callado.
Miro por la ventanilla, viendo como los primeros edificios del barrio en el que vivía antes pasan ante mis ojos. La nostalgia no tarda en invadirme el cuerpo. No puedo evitar echarle un vistazo a Bagheera en el instante en el que el callejón en el que lo encontramos aparece en mi campo de visión como un flash. La velocidad a la que vamos no me ha permitido detenerme a observarlo con más detalle.
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Liberación | EN FÍSICO |
ActionDespués de haber conseguido dejar el café atrás, Kelsey Davenport tendrá que lidiar con los nuevos problemas que se le han presentado. Ya nada es lo que parece. Nadie es quién dice ser. Y en nada ni nadie podrá confiar como antes. Ella tendrá que lu...