👑🌹 Capítulo 11

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Golpeo con los nudillos, por cuarta vez consecutiva, la puerta perteneciente al piso de Dorian, en un intento de que él quiera hacerme el favor de abrirme. Por desgracia, eso no llega a pasar, lo que logra enervarme un poco más. Cada vez estoy más molesta y la paciencia que venía preparando antes de venir aquí se agota por momentos.

—Señor Brad, sé de sobra que usted está ahí dentro. Puedo escuchar la radio desde aquí —le hago saber.

—Ya sé que puede escucharla, por algo la tengo al máximo volumen —responde él alzando la voz sobre la de la música que tiene puesta—. Así es más fácil no escuchar su irritante voz.

Aprieto los puños a ambos lados de mi torso, conteniéndome las ganas de echar la puerta debajo de una patada. Me pongo recta y me obligo a respirar con lentitud para no perder la compostura y tranquilizarme. Luego de unos instantes en los que creo que ya puedo hablar como si nada me estuviera perturbando, digo lo siguiente:

—Axel ya vino a hablar con usted para explicarle la situación. Cumpla su promesa.

—Yo no prometí nada.

A cada palabra suya, a cada segundo perdido en alguien que no piensa cooperar ni aunque le pongan una pistola en la cabeza, hace que las ganas de gritar y golpear la puerta como si fuera un saco de boxeo aumenten en mi interior. Se está riendo de mí. Lo ha estado haciendo dese que he llegado, y ya me está hartando.

—¡¿Es que acaso piensa dejar que Axel viva con esa culpa toda su puñetera vida o qué?! —grito con todas mis fuerzas.

Al rato, la música de la radio deja de sonar. Comienzo a respirar profundamente unas cuantas veces más para poder calmar el alto índice de ira que hay acumulado todavía en mi ser, hasta que consigo relajar la presión ejercida en mis puños y la expresión de mi rostro.

Unos pasos acercándose con parsimonia hacia la entrada, me indican que Dorian ha decidido venir a abrirme la puerta, aunque una parte de mí duda ante esto. Sin embargo, en apenas unos instantes, el anciano aparece en mi campo de visión con el ceño fruncido, cosa que hace que las arrugas de su cara se amontonen en su frente. Por lo poco que él ha abierto la puerta, solo soy capaz de ver una pequeña parte de su rostro que se encuentra entre esta y el marco de la misma.

—Ese muchacho es el nieto que nunca tuve, señorita —espeta con fastidio—. No quiero que viva con eso toda su vida. Pero tampoco quiero que le maten, ¿entiende?

—Él no correrá ningún peligro. Ni él ni nadie. Se lo juro —aseguro—. Haga esto por él.

Fijo la mirada en la suya, la cual se encuentra escudriñando cada uno de mis rasgos faciales. Tras un momento en el que ninguno de los dos intercambiamos palabra alguna, Dorian abre del todo, dejándome ver el pijama de rayas blancas y azules que lleva puesto. Este se aclara la garganta, se echa a un lado para permitirme el paso y acompaña el gesto con una frase corta.

—Pase y siéntese.

Después de echarle un rápido vistazo, doy un paso hacia el interior del piso y permito que la calefacción del lugar me envuelva por completo; no hay sensación más agradable que estar muerta de frío y entrar a un lugar calentito.

Acto seguido, me dirijo con pasos lentos hacia uno de los asientos del sofá de dos plazas que hay en el pequeño y acogedor salón, y hago lo propio. Dorian, luego de cerrar la puerta de su piso, se acerca a mí y se sienta en el sillón que está haciendo esquina con el sofá. Voy a abrir la boca para formular la primera pregunta, pero la voz del anciano me interrumpe.

—Antes de que se ponga usted a acribillarme a preguntas, déjeme hablar primero a mí —pide.

El hombre me muestra la palma de su mano para que no diga absolutamente nada. Cierro la boca y, con un leve movimiento de cabeza, le indico que comience con su relato.

Liberación | EN FÍSICO |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora