5

409 76 14
                                    

 Agarré un carro, me recosté sobre él como si no tuviera ganas de nada, lo cual era cierto, y lo deslicé por el suelo de madera

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

 Agarré un carro, me recosté sobre él como si no tuviera ganas de nada, lo cual era cierto, y lo deslicé por el suelo de madera.

 Luces cálidas colgaban de las vigas metálicas del techo, las repisas donde estaban los comestibles empaquetados en cajas coloridas o frascos de todos los tamaños y gamas, eran de pino. Todo allí olía a bosque y cada cosa estaba fabricada con madera. Jamás saldría del país, por problemas de dinero y posición social, pero había leído que las persona que vivían en el trópico tenían casi todo construido con caña y había mucha más vegetación que en mi parte del mundo.

 Por suerte la licantropía había llegado a tiempo cuando los humanos estaban devastando toda la naturaleza. La historia era lo único que no me hacía odiar el mundo. Cuando pensaba que todo era un fiasco como licántropos me bastaba con leer un libro que hablara sobre humanos para llegar a la conclusión que mejor malo conocido que super malo por conocer.

 Los humanos no hacían nada bien, eran repulsivos, sanguinarios sin sentido, crueles, rencorosos y malvados.

 ¿Por qué? Porque los humanos fingían ser buenos cuando no lo eran. Esa es la mayor regla que reflejan los libros históricos.

 Me dirigí a la sección de harinas, volqué un costal enorme sobre el carro cuando una persona se cruzó en mi camino. Más, precisamente, me estaba buscando y me encontró.

 La reconocí de inmediato, aunque nuestras miradas no se topaban hace más de diez años. Me incorporé lentamente y me aparté del carrito. Sentí tantas ganas de llorar que quise arrancarme los ojos. No, quería arrancarle los ojos a ella, devorarlos o aplastarlos con las suelas de mis zapatos porque esos ojos me observaban decepcionados, entristecidos, como si les hiciera daño.

 Había tanta melancolía en aquella mirada que por poco creí que se trataba de un espejo en el cual me reflejaba.

 Era mi mamá.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora