Hydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo.
En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Después de media hora o más, llegamos a la costa del mar cavernoso.
Estábamos tan lejos de la ciudad que se veía como un puntito blanco en la negrura, refulgía al igual que una estrella lejana o una estación espacial. Había estalagmitas en el suelo y estalactitas o columnas que habían formado ambas al fundirse y viajaban del techo al suelo. El aire allí olía a encierro lo que me confirmó que no entraba una ventisca de oxígeno del mar hacía muchos años; ella tenía razón, habían derrumbado la entrada completamente.
La playa era de guijarros, no había marea. Nos quitamos las mochilas, Mirlo se acercó al agua, desenfundó su mano, arrojando el guante por encima de su hombro y la metió en el agua, pero rápidamente la quitó.
—¡Ah!
—¿Te quemaste? —pregunté inclinándome sobre ella con la velocidad de una bala.
Me paré de cuclillas a su izquierda, apoyé una mano en su hombro y la guíe hasta mi lado, debajo de mis atentos ojos.
—La sentí hirvien... caliente. Ya no que puedo sacar la máscara porque puedo matar a alguien creí que podría... ya, olvídalo —gruñó y apretó su mano contra el pecho—. Fue un gesto tonto.
Toqué la marea petrificada del mar. Todo allí estaba frío, incluso el agua. Pero ella tenía la mano roja como si la hubiera bronceado sin discreción sobre el sol. La cubrió nuevamente debajo del guante de cuero, no temblaba porque un leve dolor no le quitaba el temple a Mirlo, pero tampoco estaba a gusto.
—Te quemaste —bisbiseé—. ¿El agua tiene plata? —pregunté volteándome hacia la humana, mi voz sonaba como si fuera a matarla lo que era raro porque siempre me oía como un autómata.
—Llevamos cientos de años en este lugar, todo tiene plata, hasta el aire —explicó la humana, recostándose sobre una columna de piedra con aire aburrido.
No le había gustado que Mirlo se quemara, pero tampoco parecía disgustada, sinceramente le daba igual. Me puse de pie violentamente.
—Pudiste decírselos —discrepé hablando entre dientes—. No nos explicaste nada.
—Creí que lo adivinarían ellos solos.
—Ya, ahora sí siento ganas de pelear —masculló Cet, sentándose sobre una roca y apretando los puños.
—No —Mirlo me agarró del codo—. No importa. Mira, esto fue lo que toqué —dijo sacando del agua la cabeza de una flecha de plata, como ahora tenía puesto los guantes impermeables estaba protegida.
Eso no me tranquilizaba y no quería que sumergiera nuevamente la mano para comprobar que tan alérgica era a todo lo de la ciudad. Me maldije a mí mismo, literalmente todo era venenoso para ellos, ni siquiera podía saber si estaban preocupados, asustados o algo. Aunque estuvieran debajo de una mascareta, su rostro lo sentía tan lejos como otro sistema solar.