Hydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo.
En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...
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Soñé que Víctor estaba trepando una montaña de rocas. Yo lo miraba desde abajo y me angustiaba que estuviera tan lejos, pero por alguna razón no subía con él. Me quedaba en la ladera, en aquella explanada yerma que contorneaba la ciudad. Ponía los brazos en jarras y le gritaba.
—¿A dónde vas?
Él se volteaba con una sonrisa desafiante y respondía.
—Más alto —señalando hacia la cima.
—Pero no podré atraparte cuando te tires.
—Es que no me voy a tirar —me respondía y continuaba trepando—. No esta vez.
—¡Víctor!
—Nunca escalé una montaña, quiero subir Hydra —me explicaba, continuando con la escalada—. Quiero ver qué hay del otro lado —sonreía totalmente alborozado, parecía tan feliz que no volvería a llorar jamás.
—No puedo si te vas —supliqué.
—Es un ejercicio de confianza —explicaba tan lejos que ya casi no podía oírlo—. Confía en que puedo llegar solo.
—¡Víctor! —grité.
—¡Puedes alcanzarme cuando quieras, dick head!
Su ropa de plata oxidada brillaba con la intensidad de una estrella e iba convirtiéndose en un punto brilloso a medida que ascendía el muro escalonado de la ciudad y se iba para no regresar jamás, se iba como nunca había vivido en esas tierras.
Se iba como un alma libre.
Cuando desperté me dolía todo.
Estaba recostado sobre guijarros terrosos, la oscuridad era absoluta, estaba fresco, pero no hacía frío. Oí el sonido de la marea. Tenía los labios secos. Cada cosa me daba vueltas. Abrí los ojos.
Estaba en la playa, rodeado de estalactitas, estalagmitas, peñas y columnas de rocas y minerales. Estaba cerca de donde se había celebrado la fiesta para Hydra Lerna. Cada parpadeo era como una puñalada a mis ojos. Mis músculos estaban crispados y agarrotados.
Una de mis piernas dolía demasiado. Era la izquierda. Me senté, soportando el peso de mi cuerpo con mis brazos y deteniendo los mareos, utilizándolos como un ancla en aquel mar turbulento de imágenes y colores. Vi mi pierna. Tenía una herida en la rodilla, una fractura parecía ser.
—¡Dan! —escuché gritos a lo lejos.
Vi linternas acercándose, sus luces rebotaban de un lado a otro como diamantes agitándose en un saco. De repente todas las personas me rodearon, era una cuadrilla de búsqueda, sus luces me cegaron. Algunos se inclinaron para verme, colocándose de cuclillas, otros permanecieron apostados detrás, formando una esfera. Quise apartarme de ellos.
Eran peligrosos, pero apenas podía moverme. Reconocí unas cuantas voces: Deborah, el presidente Arno Mayer, el tío Andrew, la monja, el señor Raines y otros más.