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Mis amigos estaban esperándome del otro lado, con toda seguridad sabía que estaban heridos, sin fuerzas para moverse, debilitados por toda la plata que habían tenido que atravesar para llegar al exterior

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Mis amigos estaban esperándome del otro lado, con toda seguridad sabía que estaban heridos, sin fuerzas para moverse, debilitados por toda la plata que habían tenido que atravesar para llegar al exterior. Tenía que ir a ayudarlos.

Kath y Max habían incendiado todos los campos de cultivos.

Me dio nostalgia que sacrificaran la única parte de la ciudad que amaban como distracción para que pudiéramos irnos. Los dos se sentían fatal porque habían rociado de gasolina el sector donde Dan Carnegie había sido parcialmente feliz y luego le habían echado un cerillo. Se tranquilizaron a ellos mismos diciendo que fue como un funeral al querido primo y amigo, una manera de honrar su recuerdo.

Las autoridades ya habían notado el fuego y todo el pueblo corrió a apagarlo porque se ahogarían en humo antes de poder salir y todavía no estaban listos para marchar lejos de la ciudad.

Antes de irnos pasé por el orfanato. Estaba vacío.

—¡Apúrate, Hydra! —me gritó Max cuando bajé del auto y embestí la puerta de doble hoja que había en la entrada del instituto.

Las calles estaban despejadas, con los autos aparcados a medio camino y las actividades interrumpidas, todos los habitantes estaban en los campos de cultivo, tratando de combatir con las llamas con tanques de agua o camiones. Si teníamos suerte los soldados de las puertas también acudirían a la brigada anti-incendios, entonces yo abriría las compuertas y saldríamos.

No encontré a Víctor allí. Ni rastro de él, revolví todas las habitaciones y lo llamé a gritos, pero no había nadie al igual que en toda la ciudad. Ni siquiera estaban las flores de papel en el orfanato.

—¿A dónde llevan a los niños? —pregunté cuando regresé al auto.

Kath estaba sentada en el asiento del acompañante, cargando el arma que sostenía entre sus brazos, era una especie de pistola oscura con el cañón fornido y chato. Me ubiqué en la parte de atrás, cerré la puerta y alcé las cejas esperando una respuesta.

Ambos se encogieron de hombros y negaron absortos con la cabeza.

—No sabemos, no estábamos en la ciudad cuando comenzó la Depuración. Podrían estar en cualquier lado —explicó Kath, dejó caer el arma en su regazo y se mordió el labio—. Oye, Hydra, abre las puertas. De todos modos, si salimos y notamos que no está allí regresamos por él, pero tenemos menos de diez minutos antes de que el plan se vaya al caño.

—Es nuestra única oportunidad —añadió Max—. No hay más cultivos para quemar.

—No podemos pasarnos el tiempo buscando a un niño que tal vez ni esté aquí.

Muy a mi pesar, asentí. Tenían razón.

—Está bien, vámonos.

Max arrancó el motor y atravesamos la ciudad a toda velocidad, el viento se colaba por la ventanilla que había roto para meterse allí. Notamos que había soldados al final de una calle. Kath me cedió un arma idéntica a la que ella cargaba, era tan liviana como un libro. Ella cerró los ojos, murmuró unas palabras que sonaron como un rezo a Dan, bajó la ventanilla de su puerta al momento que yo hacía lo mismo. Ambos sacamos la mitad del cuerpo y comenzamos a disparar. No sentía un latigazo al accionar el gatillo ni provocaba un rugido, no estábamos disparando balas de pólvora. Sólo eran tres soldados.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora