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 Víctor estaba vestido de una manera tan extraña que parecía preparado para una Ceremonia de Nacimiento, sonreí, si él fuera un continente, mi familia ya lo hubiera colonizado porque había perdido todas las costumbres humanas

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 Víctor estaba vestido de una manera tan extraña que parecía preparado para una Ceremonia de Nacimiento, sonreí, si él fuera un continente, mi familia ya lo hubiera colonizado porque había perdido todas las costumbres humanas. Su vestimenta de plata, dibujada con un esqueleto, estaba arrugándose debajo de la coraza metálica revestida de goma. Llevaba una capa para ocultar su rostro y un cuchillo con el filo y la empañadura envuelta de goma para poder cortar los cables metálicos que electrocutaban.

Yo también estaba refugiándome bajo la protección de una capa. Preparaba los últimos detalles del plan, revisando la bolsa que cargaba, sentando sobre un tambor, mirando de reojo a Víctor. Había pasado casi un día desde que lo había encontrado.

La ciudad estaba en plena noche, a punto de amanecer.

Antes de salir del basurero noté que se veía un poco nervioso. Jugaba con la linterna, pero de forma ausente, los niños suelen estar todo el tiempo haciendo algo para distraerse, les divierta o no. Pero por la forma seria en que tenía apretado los labios cuando alumbraba con el haz de luz los montículos de basura, noté que su la mente estaba en otro lado, tal vez extrañaba los cuentos que Mirlo le narraba al anochecer.

Lo miré y busqué a la desesperada una manera de distraerlo.

—Oye —dije dándole un golpecito en el hombro—. ¿Confías en mí?

Yes.

—¿Quieres jugar a un ejercicio de confianza?

Oh, well, ok —sonrió divertido, aunque todavía no le había dicho nada.

—Tienes que colocarte de espaldas a mí —expliqué poniéndome de pie—, debes dejarte caer de espaldas y confiar en que yo te atrape. Será como un ejercicio antes de completar la misión.

Una sonrisa feroz trazó su rostro como si le dijera que se tirara de una montaña, dejo la linterna en el suelo de roca, me dio la espalda, dio pequeños saltitos para calentar, su armadura repiqueteó y amagó buscando las agallas para dejarse caer. Cerró los ojos, emitió un gritito demasiado agudo y para nada heroico y se tumbó de espaldas. Lo agarré a medio camino y lo alcé, balanceándolo en mis brazos como si estuviera en un columpio.

Very good —lo animé tratando de que mi voz sonara más amigable y viva—. You are someone trustworthy.

Él se rio, aterrizó en el suelo, buscó una caja alta y me la señaló animado.

—Ahora de ahí.

Okey.

Lo hicimos, cuando les di unas vueltas en el aire y paró de reír encontró una biga enterrada en una montaña de basura maloliente.

—Ahora de ahí —me pidió señalándola con el dedo y comenzando a trepar la pila de desperdicios metálicos para reciclar, sin esperar una respuesta.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora