Hydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo.
En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...
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Eso me inquietó, quise contactarlos, pero algo me decía que debería esperar a estar solo. Parpadeé, me ardían los ojos, no dormía hace casi tres días, mi cerebro parecía a punto de explotar. Me masajeé los párpados pensando en la canción que me cantaba Rudy cuando era pequeño, especialmente cuando ella tenía que trabajar turno nocturno en el hospital donde era enfermera. A veces me llevaba allí con Cet, Mirlo y Yun. Nos quedábamos en la recepción, durmiendo en las sillas de plástico, teníamos solo diez y once años.
La canción se llamaba «Buenas noches, luna» o «Luna partida» no podía recordarlo con exactitud. Recuerdo que sólo accedía que la cantara en casa porque me daba vergüenza en el hospital.
Ni siquiera sabía si quería ayudar a los humanos y estaba allí, dándoles pruebas de todo lo que tenía. No confiaba en ellos, pero tampoco tenía la crueldad suficiente para negarle a un niño como Víctor conocer el bosque o la lluvia. La vida bajo tierra no era vida.
Ellos continuaron actuando como si no hubieran oído nada de mis amigos, permanecieron por quince minutos formulando todos sus análisis hasta que la doctora me habló y me arrancó del vacío en donde había depositado mi cabeza.
—Necesitamos muestras para proceder—explicó con una carismática sonrisa.
—Partes de mi cuerpo —deduje.
—Pequeñas —aclaró arrugando su nariz.
Esperaba que no fuera medula, eso dolía de verdad y te dejaba algunos días en cama. El colega gordo se separó del grupo y me guío al pasillo, antes de irme la doctora, con una carismática mueca, me dijo:
—Hydra, gracias a ti estamos haciendo historia —Me abrazó, me observó fascinada aferrándose de los marcos de la puerta y luego juntó sus manos sobre los labios—, gracias.
—Pero qué están haciendo...
—Por ahora nada, ya te lo diremos cuando lo tengamos. A la tarde me contactaré contigo.
Suspiré, cargaba mi ropa en las manos, el colega gordo con sus labios estirados de la felicidad abrió la puerta contigua. Ya estaba cansándome de ver tantas sonrisas, tanta felicidad y dicha pululando por aquí y por allá, eso sí que me enfermaba. Antes de entrar al consultorio contiguo observé el pasillo de cal blanca.
No había nada de plata, las luces eran naranjas, se parecía a casa, pero no me hacía sentir como en casa.
Al final, en el otro extremo del pasillo, había una puerta roja con una "x" negra en el centro, alrededor del umbral había guardas de advertencia.
Me pareció misterioso.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—A door, una puerta.
Puse los ojos en blanco.
—Ya sé, genio ¿A dónde lleva?
El hombre me indicó que entrara al consultorio e ignorara la puerta misteriosa, lo seguí mientras él explicaba.