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 Antes de que abrieran la puerta, un panel metálico del techo se deslizó sobre unos rieles que chirriaron; del nuevo acceso descendió algo parecido a un aspersor

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 Antes de que abrieran la puerta, un panel metálico del techo se deslizó sobre unos rieles que chirriaron; del nuevo acceso descendió algo parecido a un aspersor. Luego bajaron tres rociadores más y expulsaron un vapor esterilizante que olía a alcohol y otros químicos que no pude identificar. La nube pálida se desvaneció rápidamente, pero nos dejó empapados de una sustancia incolora que picaba. La humana se quitó la máscara.

Entonces pude verla.

Tenía una cabellera dorada y ensortijada que le finalizaba un poco más allá de los hombros, estaba despeinada y tenía pequeñas trenzas enlazadas en sus ondas. Su rostro era anguloso, regio y frío, como el de una gobernadora. Debería tener diecinueve o veintidós. Sus ojos eran azules como un mar del caribe; su piel era tan pálida que encajaba a la perfección con alguien que nunca había sentido la luz del sol ni visto el color de los mares del caribe, para saber que era del mismo tono que sus ojos. Sus labios estaban morados del frío que había cogido en el bosque y le temblaban de pánico. Su mirada destilaba desconfianza, estaba empapada de temor y un poco de resentimiento.

—Guau —susurró Cet acercándose a mi oído, aun con la voz un poco rabiosa—. ¿Los humanos son guapos o no? —inquirió forzadamente, de forma poco natural, como si estuviera bregando para contener su mal genio o para sonar normal.

Su intento me dio pena, estaba seguro de que en aquel momento no le parecía guapa la chica, sólo repetía algo que el Ceto relajado diría.

—¿Qué piensas, Hydra Lerna, está guapa? —inquirió Mirlo con aire divertido y molesto.

—Yo solo tengo ojos para otra persona.

—Oh, gracias monada —bromeó Yun colgándose de mi cuello, aunque su voz continuaba oyéndose un poco quebrada por la pena.

Aun así, estaba relajado, ellos podían luchar contra los efectos de la luz.

La chica volteó disimuladamente para vernos mientras esperaba que le abrieran la puerta, tenía la mano sobre su alabarda, lista para la acción que pudiera presentarse. Seguramente podía oír que hablábamos de ella y eso de una extraña manera la asustaba más. Me molestó de una forma descomunal que no haya pillado todavía que mis amigos no le harían daño.

Las puertas demoraban en abrirse y la chica parecía notarlo, estaba a punto de llorar, otra vez. Si en el búnker todos lloraban como ella terminarían ahogándose. O tal vez el raro era yo y del lugar de donde venía.

Comencé a inquietarme y mis acompañantes también porque se quedaron en silencio. Ya habían pasado cinco minutos y el acceso a la ciudad continuaba cerrado.

Ella reprimió un sollozo, de verdad se la estaba pasando mal y se suponía que si la habían enviado a recogerme era la que menos miedo le debía tener al mundo licántropo. Ceto carraspeó al verla.

—Oye ¿Estás bien?

Ella lo ignoró, pero a cada palabra que él decía se estremecía.

—Vamos, de seguro son problemas técnicos —opinó Yun y cometió el error de dar un paso hacia ella.

La chica retrocedió y lo apuntó con el arma de plata a su garganta, la había desenfundado con una destreza alarmante, como si hubiera sido entrenada para eso. Él alzó sus manos en señal de paz. Me entró pánico, un mal movimiento y le quemaría y cortaría la garganta, todo a la vez.

Letal.

Me abalancé hacia la chica y le arrebaté la alabarda de las manos, todavía me sorprendía lo débil que era, porque la persona con menos fuerza que había conocido en la vida era yo mismo.

—No la asustes —me ordenó Mirlo.

No me fiaba de ella ¿Era una trampa? ¿Para qué? ¿Qué querían de mí?

—Yo creo que no estaba tan asustada —opiné con la voz tan contrariada como Ceto, me había cansado de ella— para pensar lastimar a Yunque.

—Oye, colega, estoy bien, no es nada —lo dijo con la voz cargada de melancolía, la luz blanca todavía le provocaban ganas de llorar.

—No la asustes, Hydra —recomendó sosegado Ceto pero su voz fue encolerizándose y alzándose hasta alcanzar niveles totalmente iracundos—. Se supone que a ti la luz blanca no te irrita ¡Así que trátala bien, imbécil! ¡CÁLMATE, HYDRA, PORQUE ME HACES ENOJAR! ¡¡DIJE QUE TE CALMES!! ¡¡¡POR QUÉ NO PUEDES RELAJARTE UN SEGUNDO!!!

—¡Estoy relajado, Ceto! ¡Tú no!

La chica agolpó su espalda contra la puerta, desenvainó una navaja y gritó sobre su hombro a los humanos de la ciudad que todavía no aparecían:

Open the fucking door. Now.

—Ah, lo siento —se disculpó Ceto, abrazándose como si se contuviera, estaba totalmente apenado y encogido —. Se me escapó. Perdón, no quería gritar.

—Se te escapó un poco demasiado —añadió Mirlo cruzándose de brazos.

Jamás había visto a Ceto encogido, encorvado, ese era un gesto de respeto y sumisión o de profundo arrepentimiento que pocas veces mostraba, porque Ceto era el fuerte y los fuertes no cometen errores.

Yun había comenzado a llorar en silencio, se le empañaron las antiparras. Puse los ojos en blanco, a mí no me importaba qué tan coléricos, depresivos, locos o sexópatas se volvieran, eran mi familia, sabía que no me harían daño. No había nada de bestias en ellos, en ninguno, ya no.

Nadie respondía del otro lado, no me sorprendía que alguien no quisiera en su ciudad a una chica como esa, pero aun así no dejaba de pensar que algo no andaba bien. No confiaba en la humana y si ella no confiaba en nosotros mucho menos lo haría una población entera. La puerta continuaba cerrada.

Responder a su invitación no había sido la mejor de las ideas que había tenido. Ya estaba claro que los humanos tenían la hospitalidad más chapucera de la historia, quería irme.

Me di la vuelta.

Ruido metálico. Chirridos.

La puerta se abrió.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora