Hydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo.
En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...
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Cuando llegué a casa me puse a empacar.
La manada no tenía ánimos de hablar mucho, éramos a los que más les afectaban las ejecuciones, tal vez el resto del pueblo no mentía al decir que éramos unas cremitas, suaves como el betún. La gente no solía ser tan compasiva.
Y esa ejecución había sido especial porque el condenado me había gritado un consejo exprés a último minuto. Cuando descolgaron su cuerpo los murmullos comenzaron a alzarse y las miradas acusatorias también, como si quisieran colgarme a mí por ser tan raro. Por suerte ser raro no era un crimen porque de otro modo Betún se habría muerto al año de fundarse.
Mirlo le explicó a su padre a dónde íbamos, él se negó a que me acompañara, ella protestó diciendo que ya tenía veintiún años. Se encerraron en un cuarto a discutir, eso era lo que más me gustaba de mi manada; que Milla aceptaba una buena discusión en lugar de darte una paliza y hacerte cambiar de opinión, como pasaba en casi todas las otras casas.
Así que con la pelea verbal de Milla y Mirlo el resto se enteró de lo que yo haría. Pero en lugar de disuadirme a quedarme, olvidarme de la correspondencia y no tratar de buscar al resto de mi raza me apoyaron y me ayudaron con los preparativos.
—¿Crees que encuentres algo? —inquirió Tibia, ayudándome a empacar porque su método era preciso, colocaba y doblaba todo como si fuera un rompecabezas.
—No sé, a estas alturas ya no sé qué esperar.
Tibia infló sus mejillas de aire y lo expulsó meneando la cabeza mientras introducía un par de botas.
—No puedo imaginármelo, digo, las razones que explicó Cet parecen de peso, pero, aun así. Es como si me dijeran que las hadas o las sirenas también existen, digo, no se lo creería a nadie.
—Tomaré al viaje como unas vacaciones —expliqué encogiéndome de hombros y tratando de ignorar su abultado vientre que me impresionaba, parecía a punto de estallar, su ombligo se veía como un botón y ella llevaba la mitad su estómago descubierto—, si no encuentro nada —Me encogí de hombros— no me decepcionaré. Porque todavía no puedo creer lo que voy a buscar.
Ella cerró la cremallera de mi mochila.
—Creo que el equipaje es muy ligero.
—Los siguientes en salir de esta casa serán tú y Cuarzo —dicté—. Se merecen una luna de miel.
Ella se acarició la barriga.
—Y ella o él.
—Ya ¿Segura que no quieres ver qué es? Ya podemos pagarte una ecografía...
Tibia negó con la cabeza, su cabello castaño lo tenía sujeto en una coleta desprolija, me sonrió.
—No, ya falta tan poco que no tendría sentido. Además, lo amaré no importa qué sea. Ni de qué raza sea —dijo pellizcándome la nariz—. Cuídate, muchachito.