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 Desperté con la garganta seca y un sabor a sal en mis labios

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 Desperté con la garganta seca y un sabor a sal en mis labios.

Abrí lentamente mis ojos, el cuerpo me dolía todo, cada movimiento era una agonía. Me incorporé y escuché el crujido de papel. Parpadeé, noté que tenía en mi mano una nota hecha un bollo. Desdoblé los pliegues y cuando la vista se me enfocó divisé la caligrafía señorial del presidente Arno Mayer:

Estimado Hydra Lerna:

Lamentamos mucho haber llegado a esta situación. Pero no tenemos otra opción que dejarlo aquí mientras la Revolución Humana tiene lugar allá afuera. Volveremos por usted cuando acabe todo, si es que despierta, de otro modo que su espíritu tome esta nota como un pacto de paz.

Con gratitudes infinitas.

La raza humana.


—Qué mierda... —Una punzada de dolor perforó mi sien, solté el papel y me agarré la cabeza con las manos.

Me puse de pie dificultosamente, escuchando cómo las suelas de mis botas trituraban las rocas y la arenilla. Todo estaba frío, sin vida, había un olor a humo, pero era viejo, como si hubiera pasado más de un día. Caminé dando tumbos hasta la salida, no sabía hacia donde iba, solo había rocas obstaculizando caminos, corredores. Únicamente avancé por las vías libres, no importara hacia donde me llevaran, mi pierna herida estaba entumecida. Mi piel se hallaba cubierta de moretones, rasguños, cortadas y sangre de Kath.

No sabía cuánto tiempo había pasado. No sabía a quién llamar, ni qué hacer. Estaba solo.

La nota. La nota me enfureció y me dio más fuerzas para seguir avanzando.

Me habían dejado con vida, se habían marchado a asesinar licántropos. Nunca me habían visto como una amenaza, ni siquiera les molestaba la posibilidad de que me despertara antes de tiempo, los rebasara en el camino y alentara a las autoridades licantrópicas de ellos. No, estaban seguros de su victoria. Como si nada ni nadie pudiera detener la masacre.

Todo el mundo, todos los licántropos de afuera estaban por ser enfermados con el gen de la humanidad. No podía permitir que eso sucediera. Si tenía suerte Piano les avisaría a todos la verdad, ella había huido hacia más de tres días, pero ni siquiera sabía si había llegado a rebasar las fronteras de la ciudad. Y si lo había hecho no tenía manera de adivinar qué dirección tomar en las ruinas de la civilización para llegar al poblado más cercano. O tal vez seguía atrapada en el laberinto. Tal vez estaba muerta.

—¡Hydra! —escuché que me llamaba una voz.

Era lejana, como un sueño, su eco se propagaba por todo el laberinto de corredores derrumbados en el que caminaba. Era la voz de una chica y llegaba hacia mi grabe y deformada. Me detuve en seco.

—Hy... dra.

—¿Katherine? —susurré.

—¡Lo oí! —la voz llegó más cercana.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora