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—Yes! ¡Encontré una! ¡Soy asombroso, mother fucker! A-m-a-z-i-n-g

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Yes! ¡Encontré una! ¡Soy asombroso, mother fucker! A-m-a-z-i-n-g.

Habíamos ido al basurero de la ciudad para hallar una computadora y confeccionarnos una armadura decente.

El vertedero era un lugar que despedía una peste que te revolvía las tripas. Estábamos rodeados por montañas de basura, caminos intrincados de tierra maloliente y húmeda con charcos de fluidos rancios. Yo me encontraba sentado sobre una rueda. Cuando Víctor me trajo la computadora no pude retener mi entusiasmo porque el brazalete electrónico estaba casi intacto.

Lo agarré y lo estudié bajo la lupa que había conseguido. Había improvisado un escritorio con una biga rudimentaria de metal. Noté que tenía unos circuitos quemados, podía reemplazarlos con las otras piezas que habíamos hallado de otras computadoras más averiadas que esa. Antes de llegar habíamos robado unas herramientas del taller de una casa y yo me había arriesgado a regresar a la casa de Dan Carnegie y hurtar su bisento, aquella extraña arma que había encontrado bajo su cama.

Víctor me había explicado que las armas de la ciudad de plata te electrocutaban, tenían pocas pistolas de balas, porque la pólvora era un recurso limitado y prefirieron usarla para otras cosas como el combustible. Generalmente contaban con flechas que despedían descargas eléctricas, redes o armas como la que tenía yo, que a través de un resorte, despedían una cuerda metálica que zumbaba electricidad. Sólo debía crearnos una armadura de goma que no condujera la electricidad, y por dentro que estuviera revestida de metal por si alguien portaba balas.

Lo malo era que no tenía mucho tiempo así que la armadura contaría con muchos puntos de ataque.

Víctor se sentó a mi lado y continuó uniendo las piezas de goma con las de metal, tal como le había dicho, que la goma revistiera todo el armatroste y no nos tocara el cuerpo, de otro modo no funcionaría. Le había dado cinta adhesiva para realizar el trabajo. Era hábil.

We will make them shit.

—Sí, los haremos mierda —Despegué los ojos de la computadora con una sonrisa burlona—. Llevas dos semanas con Mirlo y ya blasfemias como un marinero.

—¿Cómo qué, mother fucker?

—Los marineros son la gente que vive en el mar.

—¿Qué? —preguntó sin entenderme—. ¿Estás insultándome?

—Olvídalo. Los haremos mierda —repetí.

Eso lo entendió y pareció entusiasmarlo.

Oh, yeah, Fuck them.

En realidad, teníamos más posibilidades de que ellos nos hicieran mierda a nosotros, pero no iba a comentarlo en frente de él, que se veía tan entusiasmado con la idea de salir de la ciudad.

Cuando la computadora se encendió sentí fuegos artificiales en mi interior. Reí de la alegría. Víctor soltó lo que estaba haciendo para asomarse y echarle un ojo al brazalete que proyectaba una pantalla color morado.

—¿Me la regalas?

—Luego.

—¿Vas a... este...

—Hackearlos. Primero a la estación de policía, aquí se manejan con un programa que controla la ciudad entera, es una plataforma electrónica en donde también depositan sus bases de datos. Tienen unos cortafuegos formidables y unas defensas de software muy buenas, pero puedo burlarlas —Lo miré, parpadeó tratando de asimilar lo que dije, blasfemó solo para responderme algo—. Cuando entre a la plataforma podré no solo manejar las luces de la ciudad, también podré abrir las puertas cuando estemos cerca, controlar los parlantes que emiten sonido de pájaros falsos y hablarles allí a ellos... si quisiera, claro.

—Podrás ser el rey de la ciudad.

—Sí, pero solo por un segundo. Al cortar la electricidad será cuando tengamos que atravesar la puerta del laboratorio, entonces se darán cuenta de que alguien accedió a su sistema y tratarán de sacarlo. No debemos demorarnos en destruir las vacunas, cuando lo hagamos debemos comunicarnos por los parlantes de la ciudad. Mirlo, Yunque y Ceto tienen los oídos de desarrollados, ellos nos escucharán desde el mar si toda la ciudad habla con nuestras voces. Debemos confiar en que nos escucharon y luego escapar del hospital y abrir las puertas. Tal vez, con suerte encuentre información sobre el laberinto, pero no parece haber mapas de eso. Por las dudas, ya que estaremos en el hospital, te sacaremos un tanque de oxígeno para que puedas respirar sin infectarte por unas horas, hasta que la vacuna te haga efecto.

—¿Y si no vienen?

Detuve el combate contra las defensas virtuales, alejé los dedos del teclado holográfico morado y lo observé fijamente a sus ojos cafés. La luz violeta nos alumbraba como si estuviéramos en la discoteca más apestosa de la historia, de tanto revolver la basura tenía manchas de tierra en la piel que habían sido parceladas por gotas de sudor. Nuestras manos estaban cubiertas de aceite.

—Si no escuchan... si no vienen... sales tú Vic, yo regresaré por ellos.

—Yo no voy a dejar a Mirlo, soy su hombre —contradijo con pasión.

Sonreí con pensar.

—Yo soy su hombre, tú eres su chico.

—Van a escuchar el llamado. Tenían buen oído. They must do it.

—Entonces escapamos y te vienes a casa con nosotros.

Regresé a mi trabajo de filtrarme en la plataforma virtual que controlaba la ciudad. Víctor meditó en lo que dije.

—¿Y luego me la regalas? —preguntó señalando la computadora.

—Sí, y luego la computadora es tuya.

Hubo un pitido. La pantalla proyectó una luz blanca. Reí, lo observé, él también sonrió, aunque no entendía lo que pasaba si sabía cómo devolver una sonrisa.

—Entramos.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora