Hydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo.
En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...
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Una chica de piel morena, ojos verdes y cabello castaño caminaba ufanamente en los corredores enlodados, debajo de la sombra de los árboles enroscados entre el desguace. Estaba vestida con unos pantalones negros ajustados, botas oscuras y una camisa, iba acompañada de tres chicos formidables que le seguían el paso y ostentaban las mismas prendas oscuras. Sus manos estaban forradas por unos guantes de cuero sin dedos.
Era mi prima Neso, ella tenía diecisiete años y continuaba en la manada Olimpo, era el orgullo familiar porque bueno... los dos otros miembros de la familia éramos nosotros y a decir verdad nos había encontrado rodeados de basura.
Ella tenía un látigo de cuero en la mano, la última vez que había visto uno de esos tenía diez años. Sólo había tenido el placer de presenciar cómo lo usaban con los contrincantes, pero, aunque jamás había sufrido su dolor, todavía rememoraba los gritos de sus víctimas, era una reliquia de los Lerna.
—¿Qué haces aquí Neso poco Ceso? —preguntó Ceto, cruzándose de brazos y burlándose.
Al parecer él no le intimidaba la llegada de otra manada, observé a Yun, estaba azorado, parecía que iba a mearse en los pantalones. Su papada regordeta temblaba y trataba de comprimir los labios para que no los vieran vibrar. Yo no podía sentir nada.
—¡No me llames así! —vociferó ella, fustigando el látigo contra el suelo, Yun dio un saltito y chilló—. Ya no tengo cinco.
—Llámala Neso Menso entonces —sugerí, colocando pensativamente mi barbilla en la mano a la vez que anudaba mis brazos.
Ella desvió sus ojos iracundos hacia mí, sonrió socarronamente y comenzó a rodearnos con lentitud. Era demasiado bella y, al tenerlo todo, actuaba como la propietaria de cualquier maldita cosa. Y en realidad era heredera de la mitad de las cosas o propiedades del pueblo. Si había algo peor que alguien perfecto era alguien perfecto que sabía que lo era. Cursar la secundaria con ella había sido un suplicio, por suerte éramos mayores y sólo estuvimos en el mismo instituto pocos años.
Sus secuaces aguardaban ordenes, petrificados y de pie, como si fueran máquinas que esperaban en fila a ser reparadas.
—Tú no tienes derecho a hablar, humano. Ya no formas parte de nuestra familia...
—Gracias al cielo —me alivié.
—¿Puedes darme el mismo privilegio digo deshora? —suplicó Ceto.
—... no vine aquí para verles la cara. Mientras más rápido me vaya, mejor, la debilidad y el mal olor se te pega cuando pasas mucho tiempo en un lugar como este.
—¿Entonces ya viniste aquí antes? —inquirí.
Ceto soltó una carcajada, se palmeó la pierna y meneó la cabeza.
—Sólo les haré una pregunta antes de destrozarlos —ante su amenaza Yun emitió otro chillido, no ayudaba para nada—. ¿Qué hicieron con Orégano Onza?