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  No era inusual que ella escuchara extraños en la puerta de casa, eran las últimas horas de Ceremonia y todos corrían por los bosques, medios alcoholizados o borrachos de placer y euforia

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  No era inusual que ella escuchara extraños en la puerta de casa, eran las últimas horas de Ceremonia y todos corrían por los bosques, medios alcoholizados o borrachos de placer y euforia. Pero de todos modos me dirigí a la puerta, la abrí, no había nadie, ni nada, sólo un viento fresco y el sonido de los grillos. Estaba por cerrar nuevamente la puerta cuando descubrí un sobre plateado sobre el tapete, me incliné a agarrarlo.

  Parecía metálico, era duro como el cartón y me veía reflejado tal como proyectaría la superficie de un espejo. Leí el remitente.

De: La ciudad de plata.

Para: Hydra Lerna.

  Cerré los ojos tratando de controlarme porque en ese momento, por más humano que fuera, quería golpear algo o matar a alguien. Cerré mi puño sobre el bate, con los músculos rígidos y tensados, lo dejé cuidadosamente en la entrada. Cerré la puerta.

  Era sólo una broma de algún niño pesado que había leído el periódico, nada de otro mundo. Mientras me dirigía al cesto de basura más cercano, me recordé a mí mismo que no era nada nuevo, nuestra manada era la más burlada el día de los inocentes, ahora sólo debía pensar que todos los días del resto de mi vida serían el día de los inocentes.

  Arrojé la carta en el interior de un desechador, junto con toda la correspondencia de propuestas médicas que me llegaban semanalmente.

  Me quité la ropa ceremoniosa, había perdido el casco en el río, mejor así, era horrible. Me duché con la mente en blanco, lo cierto era que Termo Ternun había leído mi perfil psicológico y había dicho que, como humano, me gustaba pensar las cosas. Incluso había antiguos humanos que practicaban por semanas la meditación, esos asuntos de monjes no existían en mi mundo, entregado al deseo del ahora.

  Pero mientras me duchaba y sentía el agua caliente, no tenía nada que meditar. Al menos no por ahora. Me fui a la cama.

  Todo estaba en silencio. Mi habitación medía cuatro metros de ancho y largo, dormía en la litera inferior, bajo Cet. El catre de Yun estaba a un lado, debajo de unas repisas, había un pequeño pasillo en el centro, en donde sólo entrabamos si caminábamos en lateral y el resto estaba ocupado por piezas de computadoras, cables, libros, herramientas y cajas donde guardábamos ropa porque no entraba un ropero.

  No había una ventana en mi habitación, sólo una que habíamos pintado con Cet la primera noche que llegamos, en ella se veía una luna llena infantil y unos árboles que parecían raquetas.

  Estaba solo.

  No podía dejar de cavilar en la carta, en los adolescentes matones del lago, queriendo saborear partes mías como si fuera algún menú, ni en Mirlo regresando con heridas tan profundas que no habían sanado sólo para luchar por mí. Me giré debajo de mis sábanas, meditando en ella más que en nada.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora