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 Me subí de un salto y contemplé fugazmente lo que había

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 Me subí de un salto y contemplé fugazmente lo que había. El corredor era demasiado largo, tal vez de diez minutos de caminata. No llegaba a ver el final, pero a menos de nueve metros, había seis soldados alejándose, internándose en el pasillo para cerrar la puerta. Tal vez se podía manualmente.

Dos estaban de espaldas, tres se hallaban escudriñando en todas direcciones y uno se encontraba apuntando directamente al abismo como si supiera que veníamos por allí.

Era un hombre gordo con una armadura de plata bruñida. Fijó la puntería de su pistola hacia Kath, sin pensarlo dos veces, alcé la mirilla de mi arma y disparé.

Nunca había usado la escopeta más que para disparar balas al cielo y causar ruido y caos en la Ceremonia de Nacimiento, pero en aquel momento una de las balas rugió al ser despedida por el cañón, el olor a pólvora perturbo el aire y de repente el hombre estaba siendo empujado por el impulso del disparo. Soltó el arma, sus brazos se abrieron de la sorpresa, instantáneamente perdió la estabilidad de su cuerpo y cayó al suelo con una mancha rojiza extendiéndose cada vez más en el corazón.

Le había dado y lo sentí tan mal.

Max se encargó de uno de los dos soldados que estaban de espaldas, Kath fue por el otro. Salté el cuerpo del soldado derribado al momento que arrojaba el filo de la espada a uno de los tres centinelas que patrullaban y escrudiñaban en todas direcciones, recordé cómo Milla me había enseñado a aventar cuchillos en la infancia. Siempre decía «Dirige y arroja como si fuera una parte de tu cuerpo que lanzarás. Hazlo bien y luego vamos por un helado» Yunque tenía una puntería formidable, tal vez por eso había engordado tanto.

El filo de la espada se enterró lateralmente en la yugular, le hizo un corte limpio. El humano dirigió sus manos convulsas a su cuello mutilado, sus ojos reflejaron el profundo terror de advertir que solo tenía unos minutos de vida. Sentí pena por él, pero mi compasión no duró mucho porque uno de los soldados quiso atacar a Max, alcé mi brazo, desenfundé mi bisento y con un movimiento circular la tajeé la espalda. El hombre gritó, Max se dio vuelta y le disparó un dardo en el brazo. Kath derribó al siguiente de la misma manera que nuestro amigo.

Cuando terminábamos teníamos dos cadáveres y cuatro personas inconscientes. Max estaba jadeando, se quitó un mechón sedoso de cabello de la frente mientras su pecho subía y bajaba agitado. Todos estábamos fatigados de subir la montaña y combatir, mi pierna herida me dolía horrores, cada vez me costaba más moverla, tal vez se me estaba yendo el efecto de la anestesia y la adrenalina.

Él observó los cuerpos, la sangre y la carne abierta, hizo una mueca. Kath no demostró ninguna emoción, estaba como bloqueada por la perturbación que le provocaba partir de ese lugar, desarraigarse de toda su vida.

—Los mataste —advirtió después.

—Sí —acepté—. Se dirigía sospechosamente al centro de la pared, creí que podría cerrar las puertas manualmente —Señalé el pasillo.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora