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 El hermano de Papel, un hombre de unos veinticinco años, tostado, pelirrojo y con el característico uniforme borgoña de los policías, nos recogió en la puerta de la detención

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 El hermano de Papel, un hombre de unos veinticinco años, tostado, pelirrojo y con el característico uniforme borgoña de los policías, nos recogió en la puerta de la detención.

Se llamaba Tijeras Loncha y había pedido a cambio, de la entrada a los calabozos, una caja de donas de ternera. Cuando comprobó que cargábamos lo que había pedido nos invitó a pasar con un gesto de mano. La detención era un edificio lúgubre, sin ventanas, como si fuera un bloque de hormigón, con murallas y torres almenadas, una estructura escueta y de forma rectangular. Sus pasillos estaban oscuros, repletos de recepciones, oficinas o pabellones con celdas.

Ya estaba atardeciendo y el furor del incendio se había apaciguado, ahora por las calles corría la acalorada noticia de que, a la madrugada, habría una ejecución obligatoria. El líder seleccionaba la forma en la que sería asesinado el traidor de la manada; generalmente elegían una muerte rápida y poco dolorosa como una guillotina o fusilamiento, porque un miembro de la manada era alguien que amabas tanto que te dificultaba condenar por una elección errónea.

A veces ni la traición te hace dejar de amar a alguien. Con delitos menores se podía optar por el perdón, pero el crimen de Onza era demasiado grave.

Mi madre había optado por el ahorcamiento hasta la muerte y comenzaron a montar un patíbulo en la plaza. Cuando enfilaba por una muralla pude ver la siniestra estructura sin que me causara el más mínimo estremecimiento, simplemente no lograba conmoverme. La comisaria se hallaba a diez cuadras de la plaza y desde esa distancia, ubicado en aquella altura, podía notar la gente que se congregaba.

Tijeras no le sacaba los ojos encima a su hermanito. Supe que quería hacerle miles de preguntas e incluso ayudarlo a caminar con las muletas, pero se abstenía. Ser gentil, a veces, en la nueva sociedad, es una falta de respeto.

Cuando lo había visto, sólo le había preguntado si estaba bien y al obtener una respuesta afirmativa respondió: «Lo sabía, nada puede con mi valiente Papel». Le había alborotado el cabello y nos había invitado a pasar a al edificio de detención. Fingir que todo seguía como antes había sido la reacción indicada de su parte ya que Papel no se veía apenado, ni dolorido, es más, avanzaba más rápido que el resto, encabezando la marcha.

—¿Y exactamente para qué quieren hablar con el prisionero? —preguntó el vigilante agarrando un manojo de llaves, descendiendo las escaleras de una muralla y guiándonos a un patio con un acceso hacia un sótano.

—Lo lamento Tij —se disculpó Papel sin sentirlo mucho, empeñándoselas para bajar la escalera con su pierna—, pero es una investigación confidencial. Ultra secreta, si todo el mundo lo supiera podría cambiar a la sociedad entera, el equilibrio del universo depende de esto.

—Vaya, solo pasaste dos días fuera de casa y ya te metiste con problemas del universo.

Papel sonrió y humedeció sus labios en un gesto concentrado al ver un escalón demasiado debajo de donde se encontraba.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora