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Sonreí, embutí las manos en mis bolsillos y tirité mientras le contaba lo que había sido el interrogatorio y lo poco que había descubierto

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Sonreí, embutí las manos en mis bolsillos y tirité mientras le contaba lo que había sido el interrogatorio y lo poco que había descubierto.

 Y aunque sabía que el señor Onza había perdido el rumbo de su cordura con la misma facilidad que un náufrago arroja una botella al mar y la pierde para siempre, sus palabras me habían calado hondo.

 Era cierto que nunca pertenecería a ese lugar, pero no tenía nada con que compararlo, tal vez iba al mundo de los humanos y en ellos también era un marginado social. Pero lo que más me inquietaba de todo era que realmente existieran, no deseaba ser el único humano del planeta, pero tampoco quería ayudar a los otros.

 No sabía ni siquiera cómo hacerlo y no me imaginaba cómo ellos creían que podía darles una mano y poner fin a sus dolores. El tan solo pensarlo me revolvía la cabeza, sentía que explotaba como un globo inflado de mucho aire. Yun, Cet y Papel me habían insistido el resto de la tarde que fuera a la dirección de la carta.

 Ya no estaba pensando que era mala idea.

 Quería respuesta de muchas cosas, de qué le había sucedido al señor Onza, de si los humanos eran amigables o no, si ellos habían salido más veces al exterior, por qué había desaparecido el escritor del mito de la ciudad, por qué la zona donde había pactado el encuentro era un país casi deshabitado y donde habían sucedido misteriosas desapariciones ¿Eran peligrosos? ¿Cómo animales? Si lo eran ¿Por qué invitarme? Sin duda no me fiaba de ello,s pero ¿Debía desconfiar de mí también?

 —Creo que iré Mirlo, pero yo solo.

 Ella abrió los ojos como platos y giró sus pies hacia mí, observó si las personas a nuestro alrededor estaban atentos a nuestra conversación, cuando comprobó que nadie lo estaba, me enmarcó las mejillas con sus manos, nuestras narices se tocaron.

 —¿Me lo repites? No escucho bien las ideas suicidas.

 —Iré sólo, puede ser peligroso para ustedes, Cet, Yun y tú no pueden acompañarme —confesé, además de que no soportaría guiar un viaje de más de tres días con ellos.

 Ella rio.

 —¿Los humanos? ¿Peligrosos para nosotros, tres licántropos jóvenes?

 —Sí, pueden hacerles daño. Si existen su ciudad es de plata, te quemarías como en una hoguera, creí que el nombre estaba claro.

 —Mira —Humedeció sus labios, un relámpago iluminó el cielo y algunos niños de la plaza chillaron, de sus pestañas colgaba una gota de lluvia—. Sé que lo de Onza es extraño, pero sinceramente dudo que haya tenido que ver con los humanos, si ellos pudieran hacerle eso a un licántropo, si fueran tan peligrosos ¿Por qué continúan bajo tierra?

 Buen punto, listilla.

 —No tiene sentido que siendo tan poderosos sean tan cobardes —continuó—, además, el detective era un rastreador, nadie pudo habérsele acercado a menos de un kilómetro sin que él se hubiese enterado. Tenía más instinto animal que otra cosa, era un luchador. Creo que nos estamos enfrentando a dos misterios diferentes. No pienso que los humanos sean peligrosos.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora