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 Víctor me había esperado en el corredor

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 Víctor me había esperado en el corredor. Los prisioneros se habían ido. Me sorprendí al hallarlo plantado, en el sepulcro de un sótano, aguardándome, con las manos embutidas en sus bolsillos. Imitándome y balaceándose con nerviosismo.

 No quería que me encontrada con el filo del bisento cubierto de sangre y mi cara empapada con pequeñas gotas que la doctora que me había dejado en la mejilla al susurrarme con su último aliento que yo era portador de la enfermedad.

 Pero la sangre no lo alteró, es más Víctor, me lazó una mirada valiente.

 —No me retes, sé que me dijiste que me fuera, pero quería esperarte. Hyd —Me observó suplicante, sus ojos se empañaron de lágrimas—. You are my family.

No pude más que abrazarlo, con fiereza, porque hace unos segundos había visto niños de su edad ser masticados por lobos y cachorros licántropos muertos en la celda de los humanos. Quería quedarme con él un rato más porque se aproximaban tiempos difíciles. Una Revolución. Y no sabía cuánto tiempo podría conservar a la gente que amaba. Pero si era algo en lo que no podía confiar en ese momento era en el tiempo, porque en ese momento se me estaba esfumando. Lo agarré del hombro y lo miré.

—No estoy enojado —le dije mientras comenzaba a arrastrarlo y jalarlo hacia la salida—. Tenemos que irnos no nos queda mucho tiempo para que...

De repente todas las luces de la ciudad se encendieron.

El corredor se iluminó con destellos blancos que dedicaban los focos alargados e incrustados en el techo. El suelo de linóleo blanco reflejaba todos los destellos, tuve que cerrar los ojos. Sentía que se me derretían. Víctor se cubrió su acara con las manitas.

Habían recuperado el control de la base de funcionamiento. La doctora Martin nos había retrasado demasiado.

Nos pusimos a correr hacia la salida mientras oía como cerraban las puertas nuevamente, deseé que los prisioneros pudieran haber escapado. Saqué mi computadora, la encendí, la pantalla holográfica se suspendió sobre mi antebrazo y la luz magenta me alumbró la cara. Comencé a teclear. Cuando salimos del hospital había podido apoderarme del funcionamiento de los parlantes y las bocinas de toda la ciudad. Hablé hacia la computadora.

—Soy yo Hydra, por favor, salgan de donde estén —grité y la ciudad entera propagó mi voz como si fuera el eco en una caverna—. ¡CETO, YUNQUE, MIRLO, SALGAN, SIGAN MI RASTRO! ¡ESTOY CON VÍCTOR, SALGAN! ¡Salgan de su escondite, no es una trampa! ¡Abriré las puertas, quiero que se vayan! ¡Yo los esperaré afuera, sólo huyan! ¡Los humanos están locos, hallaron una cura, no dejen que les disparen nada! ¡Rápido s...

Me interrumpieron el acceso a los parlantes.

Estaba por amanecer en la ciudad, las calles se hallaban desiertas y nuestras pisadas provocaban un ruido alarmante. Rompí, con el codo, la ventana del primer auto que encontré. Mientras me ubicaba detrás del volante trababa de hackear los accesos a la puerta, pero había alguien muy hábil colocándome trabas como códigos o moviendo de lugar en toda la nube electrónica el acceso de la puerta. Encendí el coche sin dejar de teclear con la otra mano.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora