Fuimos hacia el oculista donde trabajaba Milla, estaba a unas manzanas del incendio. Lo encontramos en la entrada del negocio, con los brazos cruzados, de ceño fruncido y aire meditabundo, observando las llamas, que ascendían al firmamento, con el resto de los empleados. Al notarnos llegar, enarcó una ceja.
—¿Qué hacen aquí? —inquirió.
—Hoy es día de biblioteca.
—Ya, supongo que se enteraron que la mansión en llamas es...
—Sí —respondió apresuradamente Cet, esforzándose por esbozar una sonrisa en sus labios y su típico actuar despreocupado y alegre—. No hay nada que lamentar todo el mundo está a salvo, o eso me dijeron.
Milla asintió.
—Bien —continuó con los brazos anudados, nos examinó y con un gesto de cabeza nos indicó que nos apartáramos a un rincón, debajo de un farol—. Me ocultan algo ¿Qué es?
Papel quedó mudo de miedo, retrocedió unos centímetros como si quisiera avanzar muchos más.
—¿Puedes notar esto, pero no notas cuando Pato me roba los ahorros? —preguntó Yun poniendo los ojos en blanco.
—No ocurre nada —intenté.
—Hydra —pronunció mi nombre con una exclamación de cansancio y regaño.
Suspiré y le relaté todo lo que había ocurrido desde la noche anterior, el extraño comportamiento del señor Onza, la aparición de una segunda carta, la pelea con Neso y el incendio. Aunque quisiera no podía ocultarle nada a él, sería una falta de respeto y no había lugar para eso si se trataba de él o Rudy.
Le pedimos a Papel que explicara su plan para tratar de hablar con el detective antes de que fuera ejecutado, pero él negó avergonzado con la cabeza, retrocedió aún más y se escondió disimuladamente detrás de Ceto. Era común que temiera a su nuevo líder, siempre solía pasar con los cachorros que cambiaban de manada. Hablé por él y cuando terminé Milla guardó silencio.
Me observó, tenía la misma mirada de reproche que su hija, pero en él resultaba menos atractiva.
—Bien —guardó silencio nuevamente, observó la punta de sus botas gastadas, se rodeó la barbilla con la mano, acarició distraídamente su barba y se balanceó sobre la suela de sus zapatos.
Supe que quería ser cuidadoso con sus palabras porque él era el tipo de hombre que apreciaba la sinceridad y la verdad, siempre nos estimulaba a contarle todo lo que pensábamos y sentíamos. Para ello nunca regañaba a nadie, si querías recibir sermones debías ir con Rudy. Pero lo que acabábamos de contarle podría tener como resultado chorreos, reprimendas y discursos sobre qué hacer cuando algo se sale de control o no.
—Bueno —repitió—. Eso nunca lo había escuchado. Con respecto a la carta... no sabía nada de una segunda y te pediría que me mantengas al tanto por si recibes otra, pero si el mensaje es cierto esa será la última. No me parece bien que visiten a ese detective, aunque deseen averiguar si existen o no los humanos, es muy peligroso hablar con un hombre loco.
—Creemos que su locura tiene algo que ver con los humanos —acotó Yun—. Ambos aparecieron la misma noche.
Una camioneta de noticias pasó cruzando la calle a toda velocidad, la residencia en llamas saldría en todos los telediarios esa noche.
—Ya, pero sus conspiraciones no me hacen cambiar de opinión. Es peligroso, es probable que se trate de una broma lo de las cartas —desmintió nuestras hipótesis con un movimiento de mano.
—¡Pero el papel estaba hecho antes de que se produjera la noticia de Hydra! —insistió Cet apretando sus bíceps, lo hacía cada vez que se frustraba.
—Y el país es un lugar casi deshabitado...
Milla negó con la cabeza, apoyando su espalda contra el escaparate.
—No deberían visitar al señor Onza para averiguar si vio a un humano real o no.
—¿Es una orden? —interrogó Yun.
—¿Nos estás prohibiendo ir? —inquirió Cet recuperando la sed de aventura.
—Les estoy prohibiendo tomar las cosas a la ligera, quiero que mediten lo que hacen.
—Hoy estuve treinta minutos pensando si usar calcetas de rayas o lunares —terció Yun.
—No me refiero a eso —Meneó la cabeza— y aprende a no tomarte todo tan literal, utiliza el sarcasmo...
—¿Es una orden? —inquirió Yun entrando en nervios y sudando.
—Mediten antes de ir —resumió.
—¿Pero si meditamos y luego decidimos ir... podríamos? —preguntó Ceto—. ¿No nos estás prohibiendo ir?
A Milla no le gustaba usar su derecho de alfa: dirigir. Generalmente siempre aconsejaba y nunca daba órdenes, porque se sentía incómodo utilizando la autoridad. Pero percibí que en ese momento estaba tentando a darnos una orden directa, se mordió el labio, dudó.
—Nnnnnnno, no se los estoy ordenando —contestó con tono cansino.
—¿Es sarcasmo? —preguntó Yunque confundido.
Milla puso los ojos en blanco, dejó caer los brazos, despegó su espalda del escaparate donde la tenía recargada y se introdujo en la óptica volteándose y aconsejándonos:
—No se metan donde haya muchos problemas, solo eso.
—¿Es una...
—¡Sí, es una orden, imbécil, estén a salvo! Manténganse lejos de los problemas. Cuídense —alzó una mano—. Nos vemos, Papel.
El niño agitó ligeramente una mano en respuesta, fue un movimiento fugaz que detuvo en el instante. Tragó saliva y nos observó un poco más relajado.
—Yo sé cómo podemos entrar a las celdas de Mine.
—¿Nos hacemos arrestar? —inquirió Yun lamentándose—. Sabía que algo de esto pasaría, lo sabía, tuve que haber elegido calcetas de lunares.
Cet le palmeó el hombro.
—Yun, ya cállate, nos avergüenzas enfrente del niño.
Miré a Papel, alentándolo a hablar.
—Tengo a un hermano que es Vigilante —titubeó, humedeció sus resecos labios y nos observó expectante—. ¿Le llamo?
Lo único que quería hacer era llegar a mi hogar y olvidarme de todo, pero vi que él estaba entusiasmándose con la idea de infiltrase a la cárcel del pueblo, interrogar a un detective que había perdido recientemente la cordura y descubrir si la raza humana continuaba viva.
Miré su pierna, la única parte que tenía, algunos de sus movimientos aletargados demostraban que estaba muy sedado. Luego comprobé que mi hermano y mi mejor amigo se veían igual de ansiosos e intrépidos, dispuestos a enfrentarse con lo que fuera. En el caso de Yun, declaraba su coraje sudando aún más de lo normal y perdiendo su poca capacidad para socializar, siendo incapaz de entender a la gente cuando habla.
Me maldije por no ser igual de cotilla, fisgón y osado, la verdad era que prefería leer los libros de historia cuando las cosas estaban ya descubiertas y no era yo el que tenía que averiguarlas.
Recordé al doctor Termo Ternun diciéndome que había publicado mi inmunidad en un artículo médico porque no podía dejar al mundo sin ese descubrimiento, sin la verdad. Y se suponía que los humanos eran los curiosos.
Tal vez nosotros estábamos pisándoles los talones al mayor misterio que había tenido la sociedad de la nueva era. Pensé que podía ser divertido revelarlo ¿Y si verdaderamente no era el único humano?
Me encogí de hombros.
—Llámalo.
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La ciudad de plata
Ficção CientíficaHydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo. En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...