Cuando abrí los ojos ante mí aparecieron Max y Kath, los dos estaban plantados al lado de mi camilla, observando con nerviosismo en todas direcciones.
Kath llevaba un gorro de lana gris tormenta sobre su cabeza, una cazadora de cuero, una camisa de algodón roja y jeans. Era ropa de a fuera. El cabello rojo cobrizo le enmarcaba la cara, cayéndose a los lados y sus ojos verdes escrutaban las correas de metal con alarma. Max se colocó a su lado, cargaba una pinza de proporciones enormes, partió una a una las correas mientras Kath sostenía un rifle entre sus manos temblorosas y con pánico apuntaba a la puerta, apostada en final de la camilla.
Todo se movía lento y a la vez tan rápido que no lograba divisarlo y se deslizaba de una forma borrosa ante mis ojos. Cuando estuve liberado, Max sacó de su bolsillo una jeringa, la destapó con sus labios y me observó:
—Vamos a liberarte, Hydra.
Inyectó la aguja en mi pecho y descargó el líquido.
Sentí una oleada de calor en mi cuerpo, mi corazón comenzó a palpitar más rápido, mi vista se agudizó, inhalé fuertemente aire y mis músculos se pusieron rígidos ante la descarga de adrenalina. Una vez Milla había dicho que con la adrenalina te sientes invencible como que te falta cuerpo para albergar tanto poder, no se equivocaba, porque en aquel momento no solo despejó mi mente de los analgésicos sino que hizo brincar de la cama con una sensación de agitación.
Me costó trabajo mantenerme en pie, mi pierna estaba vendada y sangrando. Me había hecho lastimaduras en los brazos y en varias partes del cuerpo. En la rodilla tenía una herida de bala, pero la urgencia que sentía mi cuerpo por estar alerta era mucho más insistente que el dolor.
Max se descargó la mochila que traía en su espalda y me la arrojó al pecho, también abandonó en mis brazos el bisento y mi escopeta-espada. Eran mis cosas, las que me habían arrebatado, la mochila estaba abierta, noté que dentro se encontraba mi antigua ropa de algodón, una tableta electrónica, mapas y la armadura que había hecho en mi antigua casa; pero también estaba mi cuaderno de dibujos, él que había tenido como Dan.
—Vístete —me apuró Max abriendo enormemente los ojos, él se había puesto una de mis mudas de ropa, llevaba vaqueros desgatados, unas zapatillas deportivas y una sudadera negra—. Llamarás menos la atención si te quitas la bata.
Observé aturdido que estaba desnudo con una bata de plata cubriéndome. Asentí, agarré unos pantalones y comencé a ponérmelos, habían empacado tres capas de plata, para que nuestras ropas del exterior no llamaran la atención.
—¿Qué está pasando? —pregunté.
—Que vamos a liberarte. Escucha, Hydra —explicó Max acercándose a la puerta, observando el corredor y regresando hacia mí de un brinco—. Te engañamos.
Era Hydra, en el fondo sentía un gran alivio, pero ya no quedaba mucho de mí para rescatar. Ya no sabía quién era yo, no podía diferenciar sueño de realidad, estaba perdido en un limbo entre dos vidas, de las cuales, ya no tenía poder sobre ninguna.
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La ciudad de plata
خيال علميHydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo. En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...