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 —Ceto tenía casi diez y yo también

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 —Ceto tenía casi diez y yo también. Fue antes de La Ceremonia de Nacimiento, yo había intuido que no podía convertirme y que mi hermano sí podía. Pero para entonces creía que era por desarrollo tardío y que ya me llegarían todos los dones de los demás. Mi madre me había hecho prometer que sería un secreto de los dos, que ni siquiera podría contarle a Cet lo que pasaba. Así que cuando él me preguntaba por qué no quería correr carreras con él o por qué no me convertía, o no sé —Me encogí de hombros, mi voz sonaba molesta— por qué me quejaba siempre que jugábamos a las luchas, yo fingía que no lo escuchaba. Cuando me hacía esas preguntas le daba la espalda y me iba a otro lado. Comencé a apartarme de él, nunca habíamos sido muy amigos antes de eso. Él se enojó conmigo por ser tan distante y buscó compañía con otros integrantes de la casa, iba a todos lados con mi prima Neso y su hermano, mi primo Grifo. Yo me quedaba solo. No tenía amigos y me encerraba siempre en mi habitación o caminaba solo por la ciudad luego de clases.

Deby dejó de mirar a otro lado y enfocó sus ojos en mí. Estaba interesada en la historia, respiraba con nerviosismo, como si temiera que alguien pudiera escucharnos. Había parado de llorar y tenía las mejillas húmedas.

—Pero una tarde fui al bosque porque era mi cumpleaños y faltaban dos meses para la Ceremonia de Nacimiento donde Ceto lucharía para ganar su lugar en la manada. Luego de la fiesta me fui, no quería hablar con mis parientes que me presionaban para mostrarles cómo me veía transformado. Además, me había ido de la fiesta de mi cumpleaños porque unos días antes había discutido con Ceto y era incómodo estar allí porque... también era su cumpleaños.

Deby no dijo nada y yo seguí.

—Habíamos discutido porque él, todos los días, me preguntaba si quería practicar batallas para la Ceremonia, pero yo lo esquivaba hasta que se hartó y me preguntó si podía o no transformarme. No era tan lento, lo sospechó desde siempre. Le dije que me dejara tranquilo y él me prometió que esperaría a la siguiente Ceremonia hasta que mis dones se despertaran para que pudiéramos combatir el mismo día. Dijo que no lo haría sin mí. Yo no quería que se retrasara por algo que nunca iba a venir. Así que le contesté que ni lo pensara y él insistió en que no lo haría sin mí. Peleamos. Le aclaré que no nos debíamos nada, que era mi hermano, pero no era mi amigo. Él se ofendió, dijo que no quería ser mi amigo porque apestaba, era aburrido y débil, se enfadó y entonces cambió de parecer. Dijo que se postularía en la siguiente Ceremonia y que ojalá no estuviéramos en la misma manada porque no quería verme nunca más la cara.

Deby me observó compungida como si fuera una historia triste, pero yo no la recordaba así, la rememoraba como una batalla ganada.

—Fui al bosque, no a llorar, simplemente no quería ver a la gente. A nadie, ni siquiera a los desconocidos en la calle. Me dirigí a un lago congelado. Eran los últimos días de invierno. Entonces vi a unos niños cazando, eran montañeses. Hermanos. Vestidos con ropas muy precarias, el chico era mayor que la niña, pero por poco. Luego de muchos años él se convertiría en mi amigo Remo y ella en mi novia Mirlo, pero para entonces no nos conocimos. Ellos habían dejado la montaña de animales muertos que habían cazado con sus escopetas y se retaban a caminar en la orilla del lago congelado. Se reían. Parecían que tenían la cabeza hueca. Los miré de lejos y ella notó que la estaba espiando. Recuerdo que me hizo una reverencia, mientras se resbalaba en la orilla, tenía las mejillas rojas y la nariz rubicunda. Hacía un frío que me llegaba hasta los huesos, pero ellos, como ya habían atravesado la transformación, casi ni lo sentían. Me hizo reír desde mi escondite, haciendo cosas sin sentido y graciosas. Su hermano la alentaba y se unía a la animación.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora