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Nos montamos a las motocicletas y continuamos una hora hasta que llegamos a la ciudad

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Nos montamos a las motocicletas y continuamos una hora hasta que llegamos a la ciudad. El alcalde de Suelo Muerto había tenido razón, casi no quedaba nada. Si Mirlo no hubiera estado atenta al sendero hubiera seguido manejando hasta llegar a la nada misma. Lo que teníamos cerca del sendero era un rascacielos, o eso era antes porque se había derrumbado y se veía como una montaña cubierta de musgo.

 Dejamos las motos aparcadas en el sendero, escalamos la pendiente y nos zabullimos en el interior del bosque, en las ruinas de la ciudad.

 Estuvimos todo el día caminando, visitando viejos edificios, algunos estaban enteros, pero al introducirnos en ellos el suelo se desmoronaba. Otros se encontraban hechos una pila de escombros o sólo permanecían las columnas y las paredes. Algunas cosas persistían como semáforos, que estaban rojos de tanta herrumbre, pero generalmente se hallaban de pie porque nadie los había tocado en cientos de años. Cuando Cet y Mirlo se apoyaron sobre él para tomarse una foto cayó como un árbol talado.

 La noche se precipitó a grandes pasos y no habíamos encontrado ningún edificio de dos caras. Sólo teníamos la cámara llena de fotografías graciosas. Montamos un campamento en mitad de la calle.

 Descansamos en sacos de dormir, antes de pegar el ojo le saqué una fotografía a Mirlo, ella fingía morderse los dedos, totalmente amedrentada, Ceto colocada el dorso de su mano en la frente y Yun desfiguraba su rostro como si llorara. Reí y guardé la cámara en el interior de mi mochila.

 A la mañana siguiente reanudamos la búsqueda.

 La ciudad era silenciosa, cubierta de verdín, algunos árboles crecían retorcidamente dentro de los edificios. Las escaleras mecánicas de un centro comercial se desplomaron cuando Yun dijo: «Guau», una escuela todavía tenía sus pupitres en fila, pero el metal se dobló como goma cuando quisimos sentarnos sobre uno.

 Dibujé en el pizarrón sus retratos, pero la pizarra se descamó.

 Tampoco encontramos nada ese día. Nos fuimos a la cama un poco decepcionados.

 El tercer día llovió y buscamos el edificio de las dos caras bajo el agua, Yunque se resbalaba con el musgo y el verdín, Mirlo se reía de él y Ceto siempre trataba de encontrar el lado positivo diciendo que era refrescante un chapuzón. Pero ese día fue igual de infructífero.

 Al cuarto día Yun, Cet y Mirlo se convirtieron en enormes lobos y fueron a cubrir terreno más rápido. Me había parecido una gran idea, aunque Mirlo se veía reacia a abandonarme.

 —No te voy a dejar solo.

 —Mi hermanito sabe cuidarse bien —insistía Ceto mientras se quitaba los pantalones, la camisa y los zapatos para nos desgarrarlos y hacerlos trizas en la transformación.

 Yunque doblaba la ropa con pulcritud. Mirlo boqueó sin poder hallar las palabras adecuadas, vaciló en una forma de expresar que me creía tonto y enclenque sin decirlo realmente:

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora