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 Después de regresar por sus cosas, hice señales de humo a mis amigos, literalmente

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 Después de regresar por sus cosas, hice señales de humo a mis amigos, literalmente. Coloqué sus mochilas en círculo, encendí una fogata en el centro y esperé que sus hocicos desarrollados olieran el humo.

 Era completamente de noche y una fina lluvia se descargaba sobre el claro en el que estaba sentado, esperándolos, al lado de un ciprés. No me había atrevido a entrar en el teatro sin ellos, no sabía lo que me esperaba y no quería perderlos o que ellos pensaran que me habían perdido. Pero tampoco podía dejar de vigilar el lugar, estaba alumbrándolo con mi linterna, constantemente, casi sin parpadear.

 De repente llegaron los tres, pude oír sus pisadas arañando rocas y rasguñando cortezas. Ceto tenía su pelaje blanco empapado de lluvia y salpicado de lodo, agarró su mochila con el hocico, ligeramente para no rasgarla y se perdió en un rincón oscuro, Yun hizo lo mismo, empujando torpemente un árbol. Pero Mirlo se transformó a mí lado, a ella no le molestaba que la viera desnuda en cualquier momento, le di su ropa y se cambió allí. Mientras le iba explicando todo lo que había visto, Yun y Cet escuchaban desde el interior del bosque.

 —El edificio se refería a un teatro, el símbolo característico que los humanos le daban a las obras dramáticas eran las mascaretas: una feliz y otra triste. El teatro se llama End Game, es una lengua muerta de humanos, creo que significaba Fin del Juego.

 —¡Interesante! —gritó la voz de Ceto, emergiendo con el torso descubierto—. Mirlo olfateó otro cadáver. Dile.

 Ella estaba en sostén, colocándose una remera negra de mangas largas, unos pantalones militares y un chubasquero encima. Se caló la capucha, aunque tenía el cabello totalmente empapado, se calzó las botas en silencio con expresión meditabunda y asintió.

 —Sí, era de un perro. Tenía la cabeza...

 —Explotada —concluí.

 —Son chulos —acotó mi hermano burlón, subiéndose la cremallera de su pantalón con una ropa similar a la nuestra—. Completan las frases del otro.

 —Yo tropecé con un ciervo y tenía la misma herida mortal —expliqué—. Creo que alguien los mató.

 Cet observó con sus ojos oscuros en derredor, dudó y se inclinó a mí.

 —¿Los humanos? —preguntó en un susurro casi inaudible.

 Me encogí de hombros.

 —¿Cómo mataron si no se escapan de su bunker? No lo creo.

 —Pues tarde o temprano llegaremos a ese asunto —dictó Milo calzándose los guantes sin dedos, tan característicos de ella y alzando la lanza—. Vamos a juntarnos con tus parientes, Hydra.

 De repente lo noté.

 —¿Dónde está Yun?

 —Estaba aquí hace un... —Mirlo abrió los ojos como platos.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora