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Me quedé en la orilla tratando de pensar en algo

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Me quedé en la orilla tratando de pensar en algo.

Era una ardua tarea razonar, incluso mis movimientos eran lentos y torpes, como adormecidos.

No podía salir de la ciudad, eso estaba seguro, significaría la muerte de mis amigos, esperaba, escondidos.

Pero si me quedaba protestando que era Hydra ellos me tomarían por loco y me encerrarían y eso terminaría por matar a mis amigos también ¿Debía seguirles el juego hasta que se me ocurriera algo mejor? No podía ser verdad que me preguntara algo como eso.

Era Hydra Lerna, lo sabía y tenía un hermano gemelo, un amigo con mala suerte, que sufría por todo, y una novia que era atractiva, mandona, con debilidad por los niños y vestía de negro. Estaban vivos, lo sabía porque siempre estaba al tanto de lo que le sucedía a Cet, teníamos como una conexión especial. O al menos eso me gustaba pensar.

Había compartido toda la vida con él.

Cet siempre había estado ahí, era como el cielo, uno no podía evitar vivir sin mirar el cielo al menos una vez al día, siempre estaba ahí, ya sea con tachuelas en la noche, truenos y relámpagos o con un sol en la mañana. Uno sabría cuando desaparece todo el cielo, simplemente es algo que no solo no puede pasar desapercibido, sino que no puede desvanecerse. Es imposible.

Me negaba a pensar que lo había perdido. Sabría si lo habían asesinado, lo sentiría en mis huesos como aquella vez que lo vi ahogarse. Estaba en la ciudad, escondiéndose, solo debía encontrarlo sin que los humanos se dieran cuenta y sacarlo. Estaba vivo y existía.

Pero no podía quedarme allí diciendo que era Hydra. Estaba convencido de ello, lo era, sin lugar a la duda; las cicatrices que habían desaparecido no eran un punto a mi favor ¿Me había vuelto loco? Pero... si era cierto que me llamaba Dan Carnegie entonces valía la pena perder la cabeza por personas como aquellas, Ceto, Mirlo y Yunque...

No se me ocurría por qué los humanos harían algo como eso, no sabía nada de humanos. Era una trampa, de eso estaba seguro, pero para qué, por qué. Las arañas tejen telas, los tiburones se esconden en corales, los monos usan ramas para atrapar insectos, cada animal tenía su forma propia de cazar, esta era la de los humanos, ellos eran racionales e inteligentes. Cazaban con la mente, todo era una trampa y debía ser más listo que ellos para no caer. Era lo único que lograba calmarme, pensar que era una trampa.

Cuando la chica llegó a mí no me di cuenta hasta que ella colocó una mano en mi hombro y me giró. Ni siquiera oí las rocas de las costas que ella pisaba.

Tardé en comprender que la muchacha, la hija de Andrew Carnegie, estaba frente a mí. No podría tratarse de mi prima, era la primera vez que veía a esas personas, su cara no creaba nada en mi cabeza, como mirar un tubo sin fondo. Recordaba el rostro de Milla y Rudy, pero no el de mis «padres» muertos.

—Me drogaste —enuncié cuando la vi, cerré mis puños encima de las rodillas para contener el impulso de golpearla hasta deformarle la cara.

Los humanos tenían creencias raras como que pegarle a mujeres, niños y ancianos era más deshonroso que pegarle a un hombre, estaba mal e incluso era penado con más años que el otro tipo de agresión. Los licántropos no, para ellos pegarle a cualquiera era como pegarle a cualquiera.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora