Hydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo.
En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...
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A la mañana siguiente nos acompañaron a la estación y se vistieron con sus mejores galas que no eran tan buena, pero significaba algo. Eran un numeroso grupo de personas reunidas y apretujadas en un andén.
Milla abrazaba a su segunda hija como si no quisiera soltarla.
—Estaré bien, papá —insistía Mirlo con cansancio.
—Ocho días y si no vuelven llamaré a los vigilantes.
Ella puso los ojos en blanco y le devolvió el abrazo mientras Rudy se unía. Ambos la sofocaron bajo su cariño. Se encogió y trató de zafarse de sus padres.
—Por favor, no, no me gustan las muestras de... cari... ay.
Remo se sumó al abrazo colectivo con una sonrisa burlona, adrede y todos los hermanos hicieron lo mismo, solo para cabrearla. Luego Rudy se despidió de nosotros diciendo entre lágrimas «Mis muchachos», desde que teníamos casi diez nos no separábamos ni un día, era como mi verdadera madre, lo que resultaba perturbador porque era la madre de mi novia.
Milla se golpeó el marco de los anteojos como gesto reflejo, siempre se daba toquecitos a las gafas cuando estaba ansioso o nervioso, se acercó hacia Cet y hacia mí, cuando el resto de la manada nos dejó libres.
Él nos tomó a cada uno de los hombros, miramos al suelo demostrando respeto.
—Mírenme —solicitó y lo hicimos dejando de lado la sumisión—. Quiero que se cuiden allí ¿Va? Después de las extrañas cosas que pasaron no me fío mucho de ese viaje. Sé que yo tampoco puedo ofrecerles mucha protección acá...
—Eso no es verdad, Milla —desmintió Ceto, pero era tan verdad que su mentira daba pena.
—Los quiero como a mis verdaderos hijos y si algo les pasa... no soy lo suficientemente fuerte. No podría.
—Regresaremos en una semana —prometí.
Él asintió, nos dio un abrazo más, había empezado a contarlos y con ese habían sido tres, solo de él.
Tiara agarró la mano de Cet y se lo llevó lejos, detrás de una casilla metálica que era un puesto de revistas. Mirlo arqueó una ceja y me hizo la mirada que tanto conocía, fuimos a espiar mientras Yun verificaba que su equipaje estuviera en orden, chequeando por décima vez la rigurosa lista que había detallado. Los demás centraron su atención en él y su maleta.
Tiara tenía un vestido que hondeaba a cada brisa, lo tomó de las manos, Ceto siguió los movimientos como si no entendiera qué pasaba, luego dijo algo que no pude oír, pero por la sonrisa que ponía Mirlo supe que se trataba de algo cursi. Tiara sacó de su bolsillo un papel rojo, estaba doblado en cuatro lados y Ceto alisó cada pliegue, vio lo que había en su interior, alzó su mirada sorprendido, ella se encogió de hombros. Él boqueó tratado de encontrar unas palabras, ella negó ligeramente con la cabeza como si le dijera que no se esforzase, que prefería su silencio.
—¿Qué es? —le pregunté a Mirlo.
—Le dibujó algo en el taller artístico donde trabaja. Más mona, puedo oler que Cet la quiere ahora, aunque no tanto como para eso —Me aclaró separándose de la columna en donde estábamos escondidos— puede surgir algo allí...
—Creo que no deberíamos mirar.
—Qué. Aburrido. Eres —exclamó mientras la alejaba de allí.
Crucé un brazo sobre sus hombros y la guíe para otro lado.
—Ella hace dibujos en lugar de cazar pájaros.
—Es cierto, hasta apestas enamorando chicas —se burló tomando la mano de mi brazo que la rodeaba.
—Admites que ese gesto te enamoró.
—Me diste lástima —contestó con una sonrisa juguetona—. Preferí salir contigo así no repetías ese gesto penoso con ninguna otra desgraciada.
—O desgraciado —comenté entre risas—. Quién sabe, tal vez a Circo le gustaban mis pájaros.
Ella rio mucho.
—¿Lo ves? Somos un equipo, tú te burlas solo, me aligeras el trabajo.
—Tú te avergüenzas tanto a ti misma que ni trabajo me das.
—Oh, creo que ahora te amo más.
Cuando llegó el tren todos nos despidieron muy entusiasmados, aunque la mitad creía que era un viaje peligroso. Abrimos las ventanillas, agitamos nuestras manos, sacando la mitad del cuerpo y los vimos volviéndose pequeñitos en la distancia, luego desapareció la estación, y el pueblo se convirtió en un campo agreste.
Me recargué contra el asiento, suspiré, cerré los ojos y traté de pensar que no me dirigía a casa porque estaba conforme con la que ya tenía.