El resto del día transcurrió sin que me importara demasiado lo que pasaba.
Arno Mayer y Andrew Carnegie fueron hasta la casa de Dan. Ellos se sentaron en la mesa y me hicieron prometer que no sería agresivo otra vez porque de otro modo tendrían que internarme en un hospital donde curaban heridas invisibles.
Les dije que quería irme de la ciudad otra vez, si regresaba al exterior podría encontrar a mis amigos con la ayuda de la manada, pero me respondieron que eso era imposible. Mi esperanza murió al instante, estaba en una celda, no una ciudad. Tenía que valérmelas por mí mismo.
Los observé rabioso del otro lado de la mesa y lo prometí. No sabía qué otra cosa hacer. Me resultó extraño que actuaran como dos colegas después de que Deby me había dicho que entre ellos existía tensión y que siempre se estaban cabreando el uno al otro.
Me dirigí a la habitación y deslicé un ropero para bloquear el acceso de la puerta. Del otro lado escuchaba que los dos hombres desenfundaban los muebles cubiertos por sábanas, un aroma a polvo proliferaba en todo el lugar. Arreglaban la electricidad y todo lo demás para que la casa estuviera habitable otra vez. Oprimí los puños.
Yo no podía vivir en ese lugar, bajo tierra, tenía que regresar al bosque con mi manada. Pero ya no sabía a qué regresar. Mirlo. Yunque... Ceto.
Tenía que estar vivo, era mi hermano, no podía morir, no podía ser asesinado ¿Por qué nunca le había dicho que lo quería?
Cuando estuve solo en mi habitación comencé a buscar entre el lío que había dejado. Pero ya no intentaba encontrar pruebas de que fuera Hydra Lerna, quería encontrar algo que reconocer, algo que me indicara que me había vuelto loco, que era Dan Carnegie. Porque sentía que no era ni un tipo ni el otro. No era nadie.
Los dibujos no me decían nada. Tormentas ¿Me gustaban las tormentas? Era algo irónico, por supuesto, eran la razón por la que la gente buscaba refugio. Pero tal vez Dan se había ofrecido a ir arriba por la misma razón, tal vez su sueño era ver una tormenta. Como la aspiración de Víctor era sentir la lluvia. Eran tan sentimentales.
Suspiré y me pasé otras dos horas revolviendo todo en busca de indicios, hasta que uno de ellos comenzó a correr el mueble.
Era Andrew, el vicepresidente, mi tío. Recorrió con aire juicioso toda la habitación hecha trizas, me vio sentado en la cama con los papeles abriéndose en abanico bajo mis pies y zarandeó con indecisión sus brazos.
—Te preparé algo para cenar.
—No tenías que hacerlo y no tengo hambre —contesté sin despegar los ojos de los bocetos.
—Deberás entretener con algo el estómago después de estar tanto tiempo a base de medicinas y suero. No aceptaré un no por respuesta, vamos, Dan, actuemos como adultos.
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La ciudad de plata
Science FictionHydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo. En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...