—No sé nadar. Lo dije todo el camino y lo digo ahora —protestó Max observando con pavor el agua—. Mi abuelo solía ser buen nadador, incluso llegó a una isla rocosa cuando era joven, pero...
Enmudeció y tragó saliva, arqueé una ceja, ese chico hablaba tanto de su abuelo que ya conocía a ese anciano más de lo que me conocía a mí mismo.
Miré el quieto mar negro, preguntándome si podría nadar sin ahogarme. Tenía todavía la cabeza embotada por las píldoras y los músculos agarrotados, no podía moverme cómo antes. Estábamos sobre un despeñadero a diez metros de caída, las rocas se retorcían formando un muro de piedra en una parte de la playa. Era como una isla rocosa, los había obligado a que la escalaran y cuando estuvimos encaramados en la cúspide comencé a sacarme la ropa de plata que pesaba tanto como un chaleco antibalas.
—¿Sabes que no podemos hacer una orgia, verdad? Está tu prima aquí —bromeó Max, señalándola fugazmente—, tal vez si ella regresara a casa podríamos. La acompañaré de regreso, si quieres ¿Quieres? Ah, bueno, como desees, adiós.
Se dio la vuelta, pero lo agarré del codo, observando la caída por el despeñadero. Si quería jugar a mi carcelero que lo hiciera bien.
—Vamos a nadar —dije.
El lugar estaba oscuro, al encontrarse lejos de la ciudad no había luces en la bóveda de la caverna, por lo tanto, cargábamos faroles con nosotros. Depositamos los faroles en el suelo justo con el resto de la ropa. Max se la quitó a regañadientes y quedó solo con unos pantaloncillos chiquitos que hicieron reír a Kat. Deby tenía buen cuerpo en ropa interior, pero nada del mundo haría que me resultara atractiva. Había algo en ella que aún despreciaba.
Max se hallaba discutiendo con Kat, él decía que sí tenía abdominales solo que no se veían por la escasez de luz. Deby estaba atándose el cabello dorado, aplastando los rizos, cuando me pilló viéndola.
—¿Qué sucede? —preguntó Deby casi terminando su peinado y me sonrió detrás de su brazo.
—También te imaginé a ti —dije, refiriéndome a los recuerdos.
—¿Y qué hacía en tu fantasía?
—Hacíamos una promesa, me prometías contarme la verdad, pero cuando tú creyeras correcto.
Ella me escudriñó solemnemente y caminó hacia mí, hasta quedarse en la punta del despeñadero.
—Debió ser algo serio porque yo siempre cumplo mis promesas.
Los brazaletes que eran nuestras computadoras tenían una aplicación para brillar como una linterna y eso se encontraban haciendo en el momento. Él mío despedía una luz azul, el de Deby era verde, el de Kat rojo y la computadora de Max alumbraba con un destello amarillo. Ellos se nos unieron en el confín del risco. Las aguas se veían negras, el techo de la caverna también se hallaba en penumbras y si hubiéramos apagado los faroles o las computadoras hubiéramos sido engullidos por la oscuridad.
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La ciudad de plata
Science FictionHydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo. En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...