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La oficina de Ternun tenía una pared de vidrio que proyectaba el bosque siendo alumbrado por las primeras luces de la mañana

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La oficina de Ternun tenía una pared de vidrio que proyectaba el bosque siendo alumbrado por las primeras luces de la mañana. La maqueta de una nave espacial yacía sobre su escritorio. Al igual que todo el hospital, el suelo era de madera blanca y los techos eran espejados. Contemplé el lugar un segundo, alzando la cabeza y admirando la pared de cristal, no veía una estructura bien diseñada desde mi infancia en la residencia Olimpo.

—Toma asiento, Hydra, por favor —ofertó con una mano.

Caminé dubitativo hacia él.

Lo enfrenté cuando me senté del otro lado del escritorio. Había una carpeta gorda, de hecho, tres, colmadas de hojas de diferentes colores y archivos. Era mi expediente médico y era tan macizo que con esos documentos podía noquear a alguien.

El doctor era un hombre canoso, entrado en años, con barba afeitada, nariz que funcionaba como anticonceptivo, camisa, bata, gafas y arrugas embolsando sus ojos. Colocó las manos sobre la montaña de expedientes y las abrió como si quisiera que las hojas no se fugaran.

—Primero que nada, es un honor...

—¿Qué tengo? —lo interrumpí, no estábamos ahí para ser amigos ni cordiales, no después de querer difamar mi mayor secreto—. Dijo que tenía un diagnostico que me complacería.

Él se petrificó unos segundos como si estuviera recordando todas las cosas que había memorizado sobre mí. Infló sus mejillas, suspiró, se quitó los anteojos y se masajeó la cara.

—Leí en los análisis psicológicos que eras de temperamento malhumorado, rencoroso y poco educado, pero las palabras no son nada ante los hechos —Sonrió como si le pareciera gracioso, a mí no me hacía la puta gracia—. Mira, el diagnostico no. te complacerá, pero no mentí al decir que dejarías de buscar una cura —Levantó sus ojos hacía mí y se recostó sobre la silla giratoria—. Quería darte una explicación exhaustiva, pero creo que iremos del final al principio.

—¿Y cuál es el final?

—El diagnostico, luego de enunciar la conclusión te diré como llegué a esas premisas. Según lo que leí aquí no sufriste tu transformación a los diez, ni a los once, ni doce o trece. Luchaste en la Ceremonia de Nacimiento sin tener si quiera reflejos o movimientos feroces, sin poder cambiar tu cuerpo ni hacerte más resistente a los golpes.

—No me recuerde por qué perdí.

—A los quince años tampoco te transformaste, jamás experimentaste eso ¿Sabes por qué?

Me veía reflejado en sus gafas.

—Algunos dijeron que era una falla en el cerebro... —Me encogí de hombros, no sabía mucho de medicina.

—No, nada de eso. Luego de leer todos los tratamientos que te hicieron llegué a la conclusión de que estás sano. Perfectamente sano.

—Pero yo no puedo.

—Transformarte, lo sé. Y es que no hay nada que transformar, Hydra —Arrimó la silla hacia el escritorio, su bata emitió un frufrú, juntó sus manos y se inclinó hacia mí—. Eres humano Hydra, el primero en cientos de años. Eres el único humano en un mundo de licántropos. 

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora