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Del otro lado había una mujer de mediana edad

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Del otro lado había una mujer de mediana edad.

Su cabello corto, por el hombro, era de color rojizo, tenía algunas arrugas contoneando sus ojos cafés y vestía una bata. La mitad de su despacho parecía un estudio alfombrado con bibliotecas y esquemas de ADN a escala; la otra mitad consistía en un consultorio médico de azulejos blancos, una pantalla negra que se asemejaba a las ventanas en los interrogatorios, una camilla estaba al margen de la pared y una placa de operaciones en el centro, al lado de una mesilla con artículos extraños y punzantes. Cerca había un dispensario con medicamentos y muestras. Casi todos los muebles eran de madera, a diferencia de la metálica ciudad.

Pensé que estaba en una trampa y me resultó cómico el tener la certeza de que iba a morir y no preocuparme en lo absoluto.

—¿Todo en orden Hydra? —preguntó la mujer, inclinándose de costado con las manos escondidas tras la espalda—. Puedes acercarte si quieres.

—¿Va a matarme?

Ella rio, pero estaba desconcertada.

—No y teniendo en cuenta en lugares donde nos criamos creo que tú me matarías a mí en una pelea.

Lo dudaba, siempre había sido frágil.

—Vi el patio en el colegio —declaré—, eso parecía entrenamiento.

Ella se acercó sigilosamente hacia mí, bordeando su escritorio, levantó un hombro desinteresadamente y volvió a sonreír con ligereza.

—Bueno, todos en la Ciudad de Plata tenemos nuestros secretillos ¿O no? —Me agarró del hombro y me invitó a sentarme en la camilla.

Me gustaba su voz. Era suave, como debería ser la de una madre cuando te dice que te ama o la de un padre para despedirse de ti si se va a suicidar. Era la voz que encontré solo en Milla y Rudy.

Me encogí de hombros y me encaramé a la camilla, recostando con desgana mi espalda en la pared de yeso.

—No pude presentarme con propiedad, soy la doctora Victoria Martin —Ella me estrechó la mano y la meció enérgicamente—. De verdad me hace sumamente feliz, no puedo explicar —Tomó aire—, no puedo explicar la alegría que siento. Estoy enérgica. Creí que moriría sin llegar a ver este día —Sus ojos se llenaron de lágrimas de gratitud.

Ese día todos lloraban a mi alrededor. No sabía qué hacer así que me encogí de hombros otra vez, se vio descortés, pero ella sonrió como si le resultara divertido. Parecía que podía comportarme como un cretino con los humanos y ellos me perdonaría con ciega admiración. Se acercó al dispensario, cogió una jeringa y me pidió permiso con la mirada.

—Quiero tomarte unas muestras, Hydra —comentó agitándome la aguja cerca de sus ojos.

Yo era la persona que más conocía a las jeringas después de su inventor, asentí sin miedo, ella se acercó. Se sorprendió un poco al ver que tenía muy pinchadas las venas y la piel alrededor estaba como una flor negra y hundida, dilatándose en el sector de intravenosa. Ella acarició los moretones con las yemas de sus dedos enguantados en goma.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora