Hydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo.
En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...
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Ella esperó que un repositor transcurriera por el pasillo, arrastrando una carretilla con artículos, antes de reanudar la conversación. Incluso ocultó su cara en la mano y observó sus zapatos con disimulo para que no la reconociera.
—Tu hermano y Yunque vinieron a la mansión —dijo elevando la barbilla nuevamente, demostrando autoridad, la imité—. No están permitidos en esas tierras.
—Sí, es que se les descompuso la brújula que les regalé, se supone que apunta al norte, pero a veces puede apuntar a la mierda.
—Fueron a buscarte —continuó ignorando mi comentario—. Desapareciste por casi un día y creyeron que habías ido a verme.
—Qué raro, por lo general voy a tus jardines turísticos los lunes a la mañana, me gusta orinar allí, se siente peligroso.
—Tienes veinte años ¿Podemos tener una conversación como adultos?
—Perdón, a veces creo que me quedé estancado en los diez, traumas de la niñez ¿Se te ocurre quién pudo haber sido?
Ella suspiró.
—Eres igual de imbécil que tu padre.
—¿El que se suicidó y ni cuenta te diste?
Volvió a suspirar. Ella trató de fingir que el suicidio de papá no le importaba y yo también, pero costaba un poco.
Era la primera mueca o prueba de sentimientos que demostraba, aunque fuera cansancio, era algo. Me recosté sobre una góndola, comenzaba a sentirme mal, pero no quería demostrar flaqueza emocional ante ella, ante nadie, mucho menos ella. Me crucé de brazos.
—Mis subordinados casi los destrozan porque entraron sin permiso, por suerte Ceto sabe defenderse, no como tú.
—Estoy lleno de sorpresas.
Ella inclinó ligeramente el rostro hacia la derecha, como si esa fuera la palabra que estaba esperando.
—Sí y una de esas sorpresas es Termo Ternun.
—¿Quién? —pregunté sin saber a qué se refería.
¿Ella olería que me había sorprendido su pregunta?
—Es un prestigioso doctor, es neurocirujano en la Capital 19. Cet y ese chico raro me dijeron que el señor Ternun te escribió una carta informándote que hará un artículo de tu caso médico. Lo publicará al mundo, se los dará a las masas y a los periódicos. Lo publicará en una revista de medicina.
—No puede sin mi consentimiento —comenté notando algo raro en mi pecho: miedo y vergüenza.
Tal vez de ese modo se había sentido mi madre en la Ceremonia, cuando fallé ante todo el pueblo, si así era la compadecía, porque no era una linda mezcla para experimentar.