Nos sentamos en una mesa, ella depositó delante de mí una hamburguesa con papas a excepción de que sólo tenía pan, lechuga y tomate. Estaba enseñándole las cosas que había creado con Yun y Cet, Mirlo hacía un hueco con sus manos y depositaba la barbilla allí, como si viera un sueño. Me contemplaba con una sonrisa chispeante, siguiendo con interés los movimientos que hacía.
Ella tenía el cabello atado en una coleta despeinada, mechones oscuros y sedosos se escurrían detrás de sus orejas o discurrían encuadrando su rostro, estábamos ubicados en un cubículo y ella, al encontrarse del lado de la ventana, era iluminada por las coloridas luces de neón. Me observó con los guantes puestos y las gafas de aviador.
—Sé que se ve ridículo —dije por encima del sonido de un relámpago.
Afuera estaba diluviando a raudales.
—Ridículo es una palabra suave —comentó sonriendo doloridamente como si no quisiera lastimar mis sentimientos y no supiera qué palabras usar, se acomodó en la silla y depositó sus manos en el canto de la mesa—. Pero cuéntame más de lo que dijiste antes.
—Planeo usarlo en la siguiente Ceremonia de Nacimiento.
—Me alegra que lo intentes —Sus ojos azules centellearon entusiasmo.
—Y quien sabe para qué otra cosa puede que use este traje —dije encogiéndome de hombros.
—Después del trabajo, conmigo, jamás lo usarás —decretó ella negando con la cabeza.
—¿No te dan ganas de sacármelo? —pregunté recargándome sobre la mesa, recostarme allí y acariciándome el cuerpo.
Ella rio. Me gustaba hacerla reír, era como un triunfo, una conquista, un hallazgo.
Trató de bajarme y regresarme a la silla mientras observaba por encima de su hombro al detective que había terminado su cena y estaba mirando un punto fijo, como si fuera una planta o una máquina a la que le faltaba batería. Me resultó extraño y estaba a punto de decírselo a ella cuando Yunque y Ceto entraron de sopetón por la puerta.
Estaban en su forma licantrópica y gracias a los dioses la puerta era de doble hoja porque de otro modo hubieran quebrado toda la entrada.
Primero entró Cet que era un lobo de cuatro metros de alto, blanco como un copo de nieve, con los ojos amarillos y pelaje plateado en su lomo; toda su contextura era fornida y cada uno de sus movimientos demostraba juventud, energías y agilidad. Yun lo siguió, él medía tres metros, era un tanto regordete y su pelaje era ceniciento, como a su forma humana, le faltaba una oreja y varios dedos de sus zarpas. Ambos se vieron apretujados dentro y comenzaron a volcar mesas.
El estruendo era inmenso, de sus enromes gargantas emitieron quejidos, sabía lo que dirían: «Ordena este caos, Hydra»
El hombre misterioso, se levantó, pagó la cuenta y se marchó con expresión molesta. La mujer loca fue lo extraño, más aún que el detective, ella se puso pálida, retrocedió y huyó sin pagar la comida que había pedido, abandonando a su acompañante imaginario con el que había farfullado toda la cena. Pensé en seguirla y exigirle el dinero, lo hubiera hecho si Mirlo no habría gritado:
—¿Qué diablos hacen de esa forma aquí? ¡Van a destrozar todo!
Ambos fuimos corriendo a detenerlos, para entonces la mitad de las mesas estaban siendo derrumbadas, las sillas eran tumbadas y la cola de Yun barrió los menús apilados en la barra. Mirlo gritó que se detuvieran y ambos lo hicieron, regresaron a su forma humana tan fugazmente como habían entrado, su cuerpo se encogió, hubo un crujir de huesos, cartílagos, tendones y un poco de pelo y sangre por aquí y por allá. Era como si ellos mismos se tejieran y entretejieran un cuerpo diferente en cuestión de segundos, como evolucionar.
La transformación era veloz, casi menos de un segundo, pero un poco desagradable para quién tenía que limpiar después. Había garras, manchas de sangre en el suelo, barró que habían traído, agua y pelo blanco y gris.
Ambos agarraron un menú y se cubrieron como pudieron, Mirlo puso los ojos en blanco porque si algo habíamos visto en más de una ocasión era a miembros de la manada desnudos.
—A ver —suspiró aun mirando el techo con los brazos en jarras—. Iré por unos cobertores de auto que tenemos, espero una gran explicación.
Los dos goteaban agua y jadeaban, la barriga pálida e hinchada de Yun se desbordaba por los lados de su cadera y sus tetas colgaban. El menú se le estaba resbalando a Yun de sus dedos de mantequilla, no sólo tenía pocos dedos si no que eran torpes. Ceto miró cómo Yunque trataba de ocultar su entrepierna y rio.
—¿Necesitas un menú más chico? ¿O quieres que te dé el ticket de la cuenta?
Él le propinó un golpe.
La piel cetrina de Cet estaba cubierta con un poco de barro y hojas de pino secas, pero, aun así, en él, de una extraña forma, se veía atractivo como si se hubiera ensuciado apropósito. Iba a hacer una broma con eso, pero estaba demasiado enojado y pasmado viendo el alboroto que habían causado. Ambos tenían una sonrisa desquiciada encajada en su rostro.
—Hydra, olvida todo lo que dije hoy —jadeó Yun—. Lo sabemos, ahora lo sabemos.
—¿Qué saben? —cuestioné tratando de contenerme para no matarlos en aquel instante, Gornis había quedado hecho un desastre.
—¡La Ciudad de Plata existe! —aseveró Yun.
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La ciudad de plata
Science FictionHydra Lerna vive en un mundo muy diferente al tuyo. En la nueva sociedad los humanos se extinguieron y su lugar fue ocupado por licántropos: personas que mutaron y adquirieron nuevas habilidades, similares a las antiguas leyendas de hombres lobo. P...